Estáis en alerta alta, todos y todas, a pesar de los cuidados particulares y de las leyes protectoras y de las asociaciones animalistas y de la buena suerte de cada cual: los envenenadores están aquí, se han duchado por la mañana, se han pasado el peine --seguro que tiene muy malo el cabello-- y esparcen el matarratas más barato para cargarse alguna mascota un día de estos y tener un subidón y decirse, "¡ay, lo que valgo! Todavía puedo hacerlo. Aún sirvo".

Pues, sí. La patrulla verde vigila, las cámaras no pueden instalarse en espacios públicos, la gran mayoría de las personas no haría nada ni parecido a esto, pero, perros y perras de la ciudad, hay individuos muy contados que no saben vivir de otra manera. Que no pueden razonar de ninguna forma. Y que no soportan a las almas mudas que sois, bigotes, correas, rabos y unos ladridos de amistad o de bronca rápida, olvidada entre los setos bien cortados. Qué conocimiento tendrán de vosotros quienes os han envenedado la semana pasada. Qué sabiduría sesgada sentenciará los siguientes.

"Llega la primavera: el verde del pino es aún más verde". Verso de la era japonesa Kampyo. Pero se empecinan y envilecen los emponzoñadores.