El bello verano tiene su coste en perros y gatos que deambulan desorientados y asfixiados así que llega el calor y el ocio, la playa o las casitas rurales, la Rivera Maya, el coche lleno, las costa y los chiringuitos. La misteriosa relación del ser humano y el perro o el gato se vuelven aún más compleja e incomprensible.

Sobran. Molestan. Dependen. Precisan tiempo y con el estío se decide --a veces, miserablemente-- echarles de las casas. Campañas, anuncios, vídeos, multas, denuncias, lamentos, números que engordan los cheniles abarrotados, reportajes, bla bla bla. Informaciones casi idénticas que se vuelven así antiguas y repetidas. Estivales.

Mascotas peludas grandes y pequeñas que se confunden con bártulos, cosas, juguetes rotos, basura y otros materiales inservibles. Si hay medios para castrar y esterilizar, si hay inyecciones letales para casos terminales, si hay recomendaciones de no comprar si no sabe lo que se quiere adquirir, si hay leyes de protección animal, refugios municipales, si hay una continua y mediática presencia del tema, si está prohibido dedicarle ilegalmente a la venta de camadas de raza, si, sobre todo, no es obligatorio tener en casa un perro ni un gato, si nadie tiene necesariamente que dejarle entrar en sus viviendas, perros y gatos en las calles y carreteras, desvalidos y desamparados cada día y cada noche del bello verano, ¿por qué?

María Francisca Ruano **

Cáceres