Otra vez, una vez más, con todos los años, como siempre, habrá perros abandonados. Creemos que no, que no volverá a pasar esto, que la gente es ya más humana, o que multan a quién pillen abandonando a sus perros porque se van de vacaciones. Los perros ya tienen lugares de acogida, o se pueden regalar, dejar a algún vecino, amigos, etcétera, no sé. Sí, de todo esto habrá, de todo esto ocurre, pero también hay gente desaprensiva, deshumanizada, que abandonará a su viejo perro en cualquier cuneta de alguna carretera perdida, junto a alguna caseta fantasmagórica de peón caminero, que todavía las hay, como hay molinos de viento, que no funcionan, pero que habla de nosotros, de nuestro pasado o de nuestra literatura, no sé. Y el hombre, o la mujer, que abandona a su perro, tendrá una disculpa preparada, una razón para su conciencia, una frase de consuelo para su niño, o su niña, que mirará llorando a su mascota que aunque correrá seguramente un poco detrás del coche, se irá quedando lejos, cada vez más lejos y más pequeño, exhausto, creyendo sin embargo que eso es un juego, y que sus dueños, o sus amigos, darán la vuelta para recogerle, para abrazarle, para decirlo, tonto, te creías que íbamos a abandonarte. En el campo, lleno de calor y de chicharras, se irá entrando la noche, y el perro abandonado, llorará, estoy seguro, con lágrimas de agonía.