TCtuando Lucio Cienfuegos empezó a fumar, compraba los cigarrillos sueltos en los quioscos a una peseta. Tenía quince años y mantenía el vicio con una pequeña parte del escueto sueldo que ganaba trabajando de aprendiz en una gestoría. Cinco o seis era el cupo de cigarrillos que podía permitirse consumir al día. Para el sábado y el domingo compraba un paquete a medias con algún amigo del barrio. Pero Lucio no podía fumarse sus ansiados cigarrillos libremente, siempre tenía que hacerlo a escondidas. En su casa debía burlar la férrea vigilancia de sus padres; en la calle debía buscar siempre portales y recovecos para que no le viera algún conocido que luego le delatara a sus padres; y en la gestoría ni se le ocurría, porque su jefe, aun siendo un fumador empedernido, ya le había sorprendido una vez fumando en el lavabo y le había echado una bronca morrocotuda. Debió Lucio Cienfuegos esperar a los dieciocho años para poder fumar a sus anchas.

Pero poco le duró esa libertad, porque a los cuatro años se casó y su mujer, ya embarazada, comenzó a aborrecer enfermizamente el humo del tabaco. Por otro lado a su jefe le diagnosticaron una bronquitis crónica y prohibió tajantemente que se fumara en la gestoría. Así pues, Lucio tuvo que volver a esconderse para fumar en su casa y en el trabajo. Transcurrieron veinte años y fallecieron su mujer y su jefe --pura y desgraciada coincidencia--, y con estas muertes dolorosas, Lucio volvió a disfrutar de una nueva tregua. Pero poco le duró la concesión, porque a los dos años su hija se hizo miembro de una fanática secta naturista de esas que sólo entienden como alimento los vegetales y como bebida las tisanas. La chica se dedicó a hacer un proselitismo persecutorio con el padre, y el padre se escondía donde buenamente podía para poder fumar.

Para colmo, en la gestoría, un compañero se casó con una mujer de Noruega --país donde la mayoría de de sus habitantes se han declarado enemigos militantes de la nicotina-- y a los tres meses dejó de fumar; luego, mediante una pertinaz campaña antitabaco, consiguió que lo hicieran el resto de los compañeros. De nuevo Lucio, el único que no había dejado el vicio --aunque ni siquiera lo había intentado-- se vio en la necesidad de buscar un sitio dentro de la gestoría donde poder echarse sus cigarros. Pero volvieron los tiempos de benevolencia porque su hija se fue a vivir con su novio frikie, la nórdica consiguió llevarse al nórdico a vivir a Noruega, y la mayoría de sus compañeros volvieron a las andadas. Ahora Lucio se fuma sus cigarritos a placer, aunque últimamente se le ve deambulando triste y meditabundo, seguramente esté pensando dónde se esconderá a partir del próximo mes de enero.

*Pintor