Cuando la pasada primavera Aznar encargó a Ana Pastor que pusiera fin a la polémica sobre qué hacer con las docenas de miles de embriones congelados llevando al Consejo de Ministros un proyecto de ley de reproducción asistida, Aznar le encareció que lo hiciera sin encrespar a la Iglesia, que considera todo embrión fecundado un ser vivo. Y cuando la ministra de Sanidad cumplió el encargo en julio, Aznar se mostró satisfecho con la fina labor política, que se saldó con una breve nota de la Conferencia Episcopal poniendo objeciones al proyecto del Ejecutivo.

La ministra, una de las políticas más hábiles del último Gobierno de Aznar y mano derecha de Mariano Rajoy, volvió a realizar otra labor de encaje de bolillos la semana pasada, después de que poco más de una docena de diputados del PP alegaran problemas de conciencia para votar la ley. A través del portavoz parlamentario, Luis de Grandes, y con la ayuda indiscutible que le supone el que los demás vean tras ella al primo de Zumosol con el rostro de Rajoy, Ana Pastor convenció a los diputados con los mismos argumentos que utilizó con los obispos: desprenderse de un embrión congelado puede ser tan lícito como desconectar del respirador a un paciente terminal. Puesto que son embriones congelados, ¿no es cierto que, si se tratara de seres vivos, éstos habrían muerto ya al someterse al proceso de congelación? No se sabe si persuadidos, o por disciplina de partido, o porque toca renovar las listas electorales, ningún diputado del PP votó en contra. A la chita callando, Ana Pastor ha ganado. Habrá ley de reproducción asistida sin pegas del PP.