Profesor

Asiste el mundo en estos días a un espectáculo en el que cualquier respeto hacia el uso adecuado del lenguaje, hacia el acatamiento a normas de conducta que se habían hecho universales, fuera de fronteras adentro de cada país, fuera en el campo de las relaciones internacionales, están siendo manifiestamente ignoradas, si no pisoteadas, sin que el asunto parezca preocupar en demasía a nuestros democráticos gobernantes. Más bien podríamos decir que algunos de ellos se muestran felices de que transcurran así los acontecimientos.

La crisis con Irak, que algunos pensamos que más bien debiera denominarse la crisis contra Irak, está constituyendo una demostración palpable de esto que decimos. Estados Unidos, país admirable, en el que es raro el día que pasa sin que se produzca algún descubrimiento de importancia vital en el terreno de la Medicina, de la Física, de la Informática o de la Genética, tiene un equipo dirigente, encabezado por un presidente llegado al cargo tras unas más que sospechosas elecciones, en el que todo rasgo de prudencia, cualquier manifestación de sensibilidad y de sensatez brillan por su ausencia. Porque, cierto es, el anterior presidente, Bill Clinton, podría dedicar alguna que otra de las horas que pasaba en el despacho oval a discutibles prácticas con alguna de sus secretarias, pero esas prácticas causaban menos daño a la humanidad que las que pueden causar estas otras a las que se dedica su sucesor: diseñar planes bélicos y de destrucción contra un país en el que miles de niños mueren anualmente como consecuencia de un embargo que, por privarles, hasta priva de alimentos a sus jóvenes, de medicinas a sus hospitales. A un país, digámoslo por si no se recuerda, que con el petróleo que posee en su subsuelo, podría tener un envidiable nivel de vida.

Pero volviendo a lo de la perversión del lenguaje, entre todas las simplezas, manifestaciones más propias de una película del oeste de cuarta categoría y gestos que algunos podríamos calificar de chulescos, se ha producido en los pasados días algo que supera todos los límites anteriormente marcados: El presidente Bush ha manifestado en conferencia de prensa que "estoy harto. Si Irak no demuestra que se ha desarmado, habrá de sufrir graves consecuencias. El tiempo se le termina". No creo que la frase precise más exégesis. Pero es realmente escalofriante. Para un español, para el ciudadano de cualquier país civilizado, lo que se presume es la inocencia del acusado. No es éste quien ha de demostrar su inocencia, es el fiscal el que debe probar su culpabilidad. Aquí, como vemos, las tornas han cambiado. Es el efecto perverso de la hecatombe de las Torres Gemelas. Irak, dirigido probablemente por un dictador impresentable, como tantos otros a los que en el pasado o en el presente han apoyado las administraciones norteamericanas, ha de demostrar su desarme. Y ello, pese a estar siendo examinado hasta las entrañas por centenares de inspectores que, desde hace semanas, escudriñan infructuosamente todos los rincones del país.

Ahora solamente nos cabe echarnos a temblar.