TMte cazó una noche cuando salía de la sala Tragaluz y casi no llego a casa.

El pesado aunque lleve gafas no es miope. Tiene vista de tísico y se acoda en el bar más a paso. Parece beber mirando posos, pero no, mira espejos que esconde la copa y que permiten descubrir a los incautos que, de puntillas, intentan sortearle. El pesado sale a la calle con el aperitivo en el palillo y te atrapa con una zarpa imposible el ademán. Como reclutador no tendría precio, como sargento de levas sería lo más. Te mete en el bar y te pide una copa que no quieres. Luego saca esa sonrisa de pesado que parece puré de guisantes y te larga eso de: ¿Qué? Mi disco duro no engancha ningún argumento capaz de detener sus historias sobre la mili, la boda del hijo, o el último programa de Crónicas , que lleva rumiando horas para regurgitarlas al paso de incautos. Habla y habla, y cuando intentas responder, habla. ¡No, espera a que termine! Y no termina, y sigue como el conejo de las pilas, sigue y te vuelve a parar: "Si... pero verás..." Y no ves nada, pero él ve, y sigue viendo, y sigue, sigue... El pesado camina despacio y te coge del brazo como si acabaras de ingresar en la cofradía de los pesados. Y a mí que no me gusta que me vean cogido de su brazo. Y ellos, los que se han salvado de su compañía, que me miran con ojos de compasión y agradecimiento. Y que me retiran el saludo porque intuyen un contagio fatal. El pesado te acompaña a casa, vivas donde vivas, se detiene en tu portal, te llama el ascensor y te acompaña a tirar la basura. Hace intención de meterse en tu cama pero la presencia de alguien que duerme, le disuade. Y se mete, se mete en la cama como sueño pesado, como pesadilla.

*Dramaturgo y director del Consorcio López de Ayala