TMtuchas veces, quienes nos afanamos --a veces casi de forma obsesionada-- en defender causas en las que creemos, en este caso, la dignificación del mundo rural, solemos aliarnos con la soledad y el silencio, como verdaderos hilos conductores de nuestros deseos y como drogas que no hacen sino estimular nuestras pretensiones para nada utópicas, con las que nos levantamos cada día. Mi paso por un pueblo pequeño en extensión, pero magno en humanidad, como es Pescueza, y la fortuna de toparme con un joven soñador y además neorrural, como es su alcalde, José Vicente , me ha hecho sentirme menos sólo y con mayor fortaleza si cabe ante mi particular cruzada en torno a los problemas y necesidades de los pueblos, de las zonas menos desarrolladas ubicadas en el medio rural, y que suele ser común denominador en las palabras que cada semana hilvano en este diario.

Mi presencia en esta localidad de la zona del Alagón me ha enriquecido como persona, como ruralista y sobre todo como extremeño. Nuestra región no debe dejar escapar la oportunidad que aún nos brinda la cultura, la tradición, la pureza y el saber que se cobija en los pueblos pequeños ubicados en los ámbitos más rurales, en lugares desconocidos y a veces intransitables. La Extremadura rural bien merece una dedicación profunda, en lo político que creo comienza a tenerse en cuenta, pero también en lo social. Los modelos de convivencia de nuestros pueblos --y en eso este al que me he referido me ha ilustrado profundamente-- gozan aún de una buena salud en valores como la cercanía, la solidaridad, la hospitalidad, etcétera- Algo que en otros lugares se perdió hace muchos años. Ese valor añadido --el de las personas, el de la cultura, el que nos caracteriza como región y como pueblo-- es al menos para mí, una de las potencialidades más interesantes con las que cuenta nuestro territorio mayoritariamente rural. Por tanto, es importante tomar conciencia sobre ello antes de planificar, diseñar y aplicar las distintas políticas regionales.