Filólogo

Solicité información sobre el organigrama de un departamento de la Junta de Extremadura por teléfono y un poderoso Jefe de Servicios me dijo que tal información debía solicitarla por escrito. Me quejé a su directora general de tal escasez y ésta, para ratificar la indigencia, indagó, con viles intenciones, quién era yo, cómo andaba y cómo respiraba. Este rasgo de autoritario gestapismo describe, además de ciertos síntomas, una lentitud neuronal y una biología domada en la verticalidad y la inclinación de la rabadilla que creí desterrada. De siempre hemos sabido que una gorra de plato sobre una testa hueca engendra un capo autoritario y ridículo que da lugar a que el aspaviento cubra el hueco; el bulto, el vacío; el "Este se va a enterar", la incapacidad.

En un reciente viaje coincidí con un alto cargo de la UE. Uno, hastiado del estiramiento de tanto director general aborigen, sin recato ni reválida, cargó la escopeta para ver el comportamiento del dirigente y el de la tripulación con el dirigente. El alto cargo accedió a la misma hora que todos, ocupó asiento de la clase turista, no recibió ninguna atención que no recibiera el más desconocido de los viajeros; esperó, pacientemente, en la cinta transportadora, la recogida de equipajes, recogió el suyo y tomó un taxi como cualquier otro ciudadano. Precavidos de la normalidad del dirigente, la gente no pudo menos que ser normal con él: buenas vacaciones, señor Solbes.

Tal naturalidad contrasta con ciertos pequeños cargos autonómicos congestionados de engreimiento que sufren por un lado, el efecto de la dilatación de la persona que les impide andar con normalidad por las estrechas calles de Mérida o viajar en clase turista y por otro, la grave falta de memoria que les hace olvidar la física más elemental: cualquier ráfaga de viento puede dar con ellos en tierra, dada su escasa talla y la insoportable levedad del ser que desplazan.