TOttra Navidad más que pasó. Nada garbosa en general. Se han oído pocos villancicos, los hemos cambiado por petardos, vaya nueva costumbrita. Otro síntoma que reafirma el mensaje agorero que nos pronostica un futuro poco prometedor. La crisis nos ahoga y algunos petardos de carne y hueso la ayudan comportándose como energúmenos. ¿No tenemos bastante con esos que pintarrajean fachadas de edificios, destrozan mobiliario urbano o nos someten a ruidos ensordecedores de motocicletas? Poco dinero público para gastar en infraestructura y lo poco que se invierte te lo destrozan cuatro cafres. O nos tomamos el problema en serio y les paramos los pies, o estos tíos nos convierten la ciudad en un amasijo de calles birriosas por las que tengamos que transitar con tapones en los oídos.

Hay que prohibir la venta de petardos. Así de tajante. Un petardo puede producir sordera, provocar un infarto o quemaduras, por lo tanto es muy perjudicial para la salud.

Comenzamos un nuevo año con la ausencia de humo nicótico garantizado en los lugares públicos cerrados y con la certeza de que la puerta de los bares se convertirán en insanos --en invierno por el frío y en verano por el calor-- lugares de tertulia, "El Gobierno no quiere que muramos de bronquitis de viejos, pero moriremos de pulmonía o de insolación de jóvenes", me dice con sorna un amigo fumador. Muchos fumadores afirman que tomar café en un bar no será tan placentero sin el cigarrillo entre los dedos; y muchos no fumadores dicen que a partir de ahora el café no les sabrá a nicotina. Debe prevalecer el derecho del no fumador a no inhalar malos humos, pero esta ley es demasiado rigurosa y llega en el peor momento económico. Quizá se pierdan puestos de trabajo en la hostelería y será peor el remedio que la enfermedad. Lo dice un exfumador al que le gustaría que se pusiera el mismo recelo en mantener a los vándalos a raya que se ha puesto en mantener a los fumadores fuera de los bares.