Liquidado el régimen de Sadam, el petróleo iraquí vuelve al primer plano del confuso escenario de la reconstrucción. EEUU, que pretende nombrar un administrador de la compañía iraquí, paso previo para su eventual privatización, se enfrenta a una coalición de intereses que tiene al menos tres pilares. Uno es el diplomático, capitaneado por París y Moscú, que maniobran en la ONU para no perder sus inversiones. Otro coliga a los vecinos de Irak, que reclaman el fin de la ocupación y la entrega del poder a un gobierno legítimo, temerosos de que la explosión antinorteamericana que se incuba arrastre a sus regímenes. El tercero agrupa a los países de la OPEP, ya que el crudo iraquí podría dinamitar sus oligárquicas posiciones.

Nadie duda de que el petróleo debe quedar en manos iraquís, no de una minoría despótica, como la de Sadam, cuya fabulosa fortuna está por encontrar y restituir al pueblo. ¿Qué debemos entender por Gobierno legítimo en un país balcanizado y tribalizado? La democracia, la honradez y la eficiencia son tres flores exóticas en Oriente Próximo. Bajo la frágil esperanza del pragmatismo, un protectorado de la ONU, donde se contrarresten todos los intereses, sería preferible a la ley de la victoria militar.