La equiparación de la autoridad de los profesores con la de los policías tan sólo traerá más trabajo a los jueces. El respeto de los alumnos no se soluciona endureciendo las penas, se trae aprendido de casa.

La pérdida de autoridad de los profesores es un tema muy complejo para el que no hay soluciones mágicas.

Influyen múltiples factores, no sólo las relaciones alumno-profesor, sino también las relaciones padres-hijos y las relaciones padres-profesores.

Relaciones padres-hijos: la familia es el primer núcleo socializador del niño. En casa, los padres no deben insultar ni desprestigiar al profesor cuando su hijo llega con algún parte, malas notas, etcétera. Esta conducta es un magnífico caldo de cultivo para una futura falta de respeto del alumno. Me imagino expresiones del tipo: "ese tío es un capullo y se va a enterar", "se le van a quitar las ganas de tenerte manía", etcétera.

Tendríamos que preguntarnos ¿por qué los padres les siguen el juego a su hijo e insultan al profesor? Quizá para hacerse más coleguita de su hijo, o quizá para intentar mejorar unas relaciones que no ha sabido mantener, por desconocer las inquietudes de su propio hijo. Fuera por el motivo que fuera, la solución no pasa por insultar y desprestigiar el trabajo del profesor.

Aquí entran en juego las relaciones padres-profesor. Las diferencias de criterios hay que tratarlas en las tutorías, que para eso están.

XHAY QUE DIALOGARx, exponer cada uno sus puntos de vista, con toda seguridad al otro le serán de mucha ayuda, y trabajar conjuntamente con un objetivo común: la formación y educación de nuestros hijos. Si tenemos claro que ése es un objetivo por el que trabajamos ambas partes, mejorará, sin duda, la relación padres-profesores. Además debe ser fluida y constante, no esperar a que se produzca un problema. Esto requiere más trabajo para ambos, pero el objetivo lo merece.

Como consecuencia de esta nueva situación de entendimiento mutuo, el alumno mejorará su comportamiento en clase o tendrá enfrente al profesor y al padre.

Es evidente que hay alumnos a los que no les importa esto lo más mínimo, pero la gran mayoría no es así. Repito, no hay soluciones mágicas para todos, tan sólo mucho trabajo por hacer.

En las relaciones alumno-profesor intervienen muchísimo las normas internas del colegio o instituto. Nos empeñamos en confeccionar unas normas de comportamiento, de disciplina, de penalización, etcétera, de espaldas a los alumnos. Se las entregan en un papelito a principios del curso y listo. A mi juicio, esto es un error, si los alumnos participan activamente (no sólo a través de un representante en el consejo escolar) en la redacción y discusión de las normas disciplinarias, las acatarán con más respeto y normalidad, puesto que también son obra suya. El que sean responsables de sus actos es fundamental para el buen funcionamiento de la clase.

Hemos hablado de la mayor relevancia del papel de los padres y de la asunción de responsabilidades por parte de los alumno, pero ¿y los profesores? Una de sus carencias es la falta de preparación para abordar situaciones conflictivas. Tenemos buenísimos profesores de Matemáticas, Lengua, Física, Inglés, Latín etcétera, pero les faltan herramientas para enfrentarse a situaciones disruptivas.

La formación universitaria específica es la adecuada, pero la formación psicológica para enfrentarse a grupos humanos es muy escasa o nula.

Vamos teniendo claro que su papel es distinto al de hace tan sólo una o dos décadas. La clase magistral sobre una tarima, escribiendo en la pizarra de espaldas al alumno, tiende a desaparecer. Los chavales disponen en sus casas de una tecnología que deben olvidar cuando traspasan la puerta del instituto. Esto debe cambiar, el paso de nuestro mundo analógico a su mundo digital es algo más que poner ordenadores en las aulas, hay que dotarlas de herramientas que motiven a los alumnos, los contenidos educativos serán ahora más importantes que nunca. Esto implica cambiar la percepción de las clases, dar mayor importancia a los trabajos prácticos y de campo, incluso cambiar la arquitectura de los centros educativos. Las aulas deben permitir el trabajo colaborativo (no significa simplemente trabajar en grupo) donde el profesor cambia su rol dominante y se convierte en un primus inter pares , en un moderador, incluso a veces en un observador. La motivación y el interés del alumno crecerán y con ello disminuirán considerablemente los casos disruptivos.

Esto requiere un cambio importante de mentalidad que, sin duda, tendrá opositores, pero es el camino hacia una educación integral.

Por supuesto, esto implica mayor trabajo para los profesores, un reciclaje casi continuo. La administración debe tener en cuenta este esfuerzo y actuar en consecuencia, apoyando en todo al colectivo y dignificando la profesión.

Además, todos estos cambios deberían hacerse de forma conjunta, no será un ladrillo sobre otro hasta construir el edificio, no más soluciones viejas para problemas nuevos. Debe ser un cambio revolucionario para que suponga un auténtico cambio de paradigma en sentido sociológico.