THtace unas noches tuve un sueño; soñé que lo que está pasando en las últimas semanas en Ceuta y Melilla, con cientos de africanos al asalto de las alambradas, sin más armas que sus manos y unas rudimentarias escaleras, era el inicio del fin del sistema capitalista, que había llegado a lo que los pensadores marxistas pronosticaron: su propia autodestrucción.

En mi sueño, la famélica legión que subía desde el sur de Africa, eran los pobres del mundo, los esclavos sin pan a los que, tantas veces, habíamos animado a levantarse cuando, puño en alto, cantábamos la Internacional al final de nuestros congresos y celebraciones.

Ya sólo faltaba que nos agrupáramos todos en la lucha final cuando me despertó la radio --despertador que, cada día, me anuncia el inicio de la jornada--. Las noticias que oí me volvieron a la realidad; todo seguía en su sitio: el Gobierno español reforzaría la frontera con una tercera valla más alta y más humanitaria, la cual, en lugar de desgarrar las manos y las ropas de los asaltantes, los desorientaría un rato y luego, como los laberintos en los que juegan los niños, los devolvería al inicio. Y para que se reagruparan (pues ya sabemos que la separación es nefasta para las familias), nuestro Gobierno decidía devolver a Marruecos a los que habían pasado días antes. Teníamos un problema y lo hemos resuelto, ¿recuerdan?

Con la inestimable ayuda del Gobierno marroquí, --que dispara por nosotros y les ayuda a que terminen de morir de hambre--, podemos volver a estar tranquilos. Aunque las imágenes de los telediarios nos encojan el corazón, las bases del sistema siguen firmes y nosotros, que ya no levantamos el puño cuando cantamos la Internacional, podemos dedicarnos a lo importante, a discutir sobre lúEstatut dúautonomía de Catalunya . ¡Viva la Internacional!

*Director de la consultora Depaex