Pienso en Jimena. Luego leo titulares que se enganchan unos con otros como cerezas rabiosas.

Leo que en Cáceres personas con miles de euros en el banco venían cobrando ayuda del estado desde hace años.

Leo que afirman desconocer de dónde les ha llegado ese dinero. Total, es calderilla del estado, y para eso está, para derrocharla en salvas y festejos.

Leo también que los padres que trabajan se quedan sin plaza para sus hijos en el comedor escolar, porque hemos convertido en comedor social lo que era una ayuda a la conciliación familiar y a la incorporación de la mujer al trabajo. Y pienso que bien está poner un plato en la mesa de los niños que no tienen ni para comer, y que las ayudas sociales son necesarias, pero no a costa de otras ayudas, de cambiar el uso de un lugar para ahorrarse un dinero que luego se despilfarra alegremente.

Pienso en Jimena. En sus cinco años. En el gotero, y la quimio, y el pañuelo de colores en la cabeza. En los pasillos del hospital, en el dolor callado, en los fondos que no se destinan a investigación, a cuidados paliativos, a pagar pisos decentes a quien tiene que dejar de trabajar para cuidar a sus hijos o padres enfermos.

Pienso también en esa señora de noventa y tantos que ha muerto de inanición porque su cuidador, su hijo, ha fallecido de repente y a nadie se le ocurrió insistir, llamar una y otra vez a esa puerta que no se abría, detrás de la que se moría de hambre una pobre anciana sin memoria.

Pienso en Jimena, y en su lucha y su resignación. Y en los recortes, en las listas de espera sanitarias, y me indigna que la política social busque titulares más que resultados y se base en la buena voluntad de todos los profesionales que se dejan la piel ayudando, a costa de su vida personal, como si esto fuera una afición de fin de semana.

Pienso en Jimena, en su pelea. Nosotros nos quedamos quietos.

Miguel Hernández no tenía razón. Somos un pueblo de bueyes, que se han acostumbrado a no levantar la cabeza del surco, a hacerlo aún más hondo, no sea que si levantamos la cabeza y protestamos, nos quiten el yugo y no sepamos qué hacer sin él.