Con la designación oficial de los cabeza de lista y con la posible fecha del nueve de marzo para las elecciones, se da por inaugurada la precampaña electoral, y aunque todavía le queden varios meses a la actual legislatura, la proximidad de las elecciones hace que se estén afilando las espadas, y que se tense aún más la cuerda debido a que los resultados de los sondeos se prevén ajustados. Solo cabe esperar que, en medio de tanta turbulencia, no olvidemos que el sentido de Estado debe prevalecer ante cualquier consideración partidista.

Pero para captar las voluntades es necesario algo más que las palabras bonitas de un discurso aprendido, deberá desbrozarse ese paisaje boscoso que crece en torno a las cuestiones fundamentales, porque una vez llegados a este extremo, a la sociedad no se le puede hurtar el debate sobre el modelo de vertebración territorial y la estrategia antiterrorista, dos de los pilares básicos sobre los que se sustenta nuestra convivencia, sin descartar aquellos otros referidos a la economía, a la fiscalidad, a la independencia judicial, a la política social o a las reformas constitucionales y de la Ley Electoral; debiendo darse a conocer de antemano las directrices a seguir en cuanto a los pactos postelectorales y las concesiones que se otorgarán a los partidos bisagras a cambios de obtener los correspondientes apoyos parlamentarios.

La ciudadanía no debería consentir que la campaña se convierta en un lodazal donde todo esté permitido, un juego sucio lleno de insultos, despropósitos y mentiras, donde se formulen promesas sin el menor rigor y sin la mínima intención de ser cumplidas, ni hacer uso de los manidos tópicos de un pasado disgregador e irreconciliable, ni agarrarse a la tabla de salvamento de planteamientos teóricos, ni comerciar con los símbolos en beneficio propio.

XDEBERAN EVITARx que el electorado se refugie en los cuarteles de invierno del abstencionismo, porque pertenecemos a una sociedad donde la decepción corre por las calles como una riada imparable; nunca la desilusión había provocado tantos estragos, nunca la valoración de los líderes había caído tan bajo en la consideración popular, nunca ha existido tan poca fe y tanta suspicacia, debido en parte al clima de crispación que nos ha tocado vivir, por eso no es de extrañar que algunos votos se escapen por el sumidero de la frustración, porque mientras pasan el tiempo enfrascados en discusiones metafísicas y en cuestiones macro, dejan sin resolver los problemas cotidianos que tanto inquietan a la ciudadanía.

Es difícil encontrar ideas nuevas capaces de provocar un impacto social, por eso se fía todo a la buena fe de unos vídeos sobrecargados de una simplificación esquemática y maniquea, llenos de mensajes estereotipados, crípticos y primitivos, en los que se utilizan técnicas de marketing al objeto de que las imágenes llenen ese hueco vacío que han dejado las ideas; como si los ciudadanos hubieran perdido la visión global y el discernimiento, incapaces de ver más allá del inmediato presente, como si lo único que de verdad importara fuera la última imagen que por azar se nos quedó enganchada en la retina, y todo lo demás tuviera un efecto efímero o hubiera sido pasto de las llamas.

Y es que a estas alturas a nadie se le escapa que un puñado de votos pudieran resultar decisivo, de ahí los intentos desesperados por acaparar momentos televisivos, por improvisar comparecencias, por enarbolar la bandera de cualquier causa que suscite un populismo recurrente y sobrevenido, por dejar sembrado en el subconsciente colectivo ese poso de moderación o de inevitable modernidad que a veces es solo un juego de simulación o de apariencia, olvidándose que las guerras se pierden en la retaguardia, que más que por méritos propios las elecciones suelen ganarse por los errores de los demás.

Da la impresión que lo único importante es conquistar el poder, cuando el poder es solo un instrumento al servicio de las transformaciones necesarias; y al final todo se reduce a una cuestión de tácticas y de estrategias diseñadas para pescar en las aguas revueltas de la confrontación, persiguiendo con injustificada obsesión el descrédito del adversario más que la propia complicidad con el electorado, fiándolo todo al personalismo del líder, a su carisma, a su habilidad para llegar al gran público, a la confianza que despierten cada uno de sus gestos y de sus palabras, como si de un proyecto personalista se tratara, relegando a un segundo plano las propuestas de futuro, la idea de Estado, el regeneracionismo político, el trabajo realizado a lo largo de una legislatura, la solidez de los proyectos, la fidelidad a un compromiso, la coherencia con la palabra dada.

Pero aparte de toda esta parafernalia que se monta en torno a los procesos, existe una suerte de presagios que suele aparecer como por ensalmo cada vez que se encienden las luces de una nueva campaña, factores exógenos que subyacen agazapados y semiocultos en la penumbra, pero que tienen una capacidad de decisión determinante, pura casuística distorsionadora, tan verídica como inevitable y que forma también parte del entramado electoral. Solo cabe esperar que esta vez no asome sus garras.

*Profesor