XLxa mente humana es tan compleja que a veces resulta difícil llegar a comprender los motivos que se ocultan detrás de algunos de sus comportamientos. Aunque no sea justificable, es entendible, que se haga el mal para obtener un benéfico a cambio, lo que es incomprensible y está fuera de toda lógica, es hacer el mal por el simple hecho de hacerlo, dejándose arrastrar por un impulso inútil y caprichoso.

De vez en cuando se acuñan palabras nuevas para definir comportamientos antiguos, nos referimos a esa costumbre que han puesto de moda algunos jóvenes, cuando a sangre fría planifican y ejecutan actos de violencia, malos tratos y torturas, contra seres incapaces de ofrecer algún tipo de resistencia, y todo con el exclusivo propósito de divertirse. No se trata de una agresividad encubierta, sus autores van a cara descubierta y se jactan de ello; cuando son reprendidos no sienten el menor pudor, ni manifiestan ningún síntoma de culpabilidad o de arrepentimiento, por el contrario, mantienen una actitud cobarde, arropados a la sombra del grupo, donde la culpa y el riesgo se diluyen. Jóvenes que manifiestan estar aburridos, hartos de todo, de la televisión, de los videojuegos, de los mayores caprichos, y pretenden ir más allá, experimentar sensaciones diferentes a costa del sufrimiento ajeno. Detrás de estas actuaciones se esconde la ociosa perversidad de quien no está satisfecho con lo que el mundo le ofrece, y pretende alcanzar un dominio: tener en su mano la posibilidad de un castigo implacable e injusto, y en ese juego, sentir el olor del miedo, el escalofrío de unas víctimas que tiemblan impotentes y asustadas frente al poder del verdugo.

Pero la perversidad no termina aquí, va más allá, tienen la osadía de grabar estas escenas, para su posterior exhibición y regodeo, como quien reivindica la autoría de un delito o quien transgrede la norma con el único propósito de sentirse importante. Hay quien pretende disculpar tales comportamientos, minimizarlos, situarlos en la categoría de bromas entre colegiales, pero en más de una ocasión, actos como estos han degenerado en acoso, en el sometimiento de la víctima a una presión psicológica de consecuencias irreversibles, y hasta en el suicidio; como aquellos que se ensañaron con una indigente que dormía en un cajero barcelonés, y entre divertidas risotadas contemplaron el arder de aquella víctima, pacto de las llamas y de la incomprensión. No estamos equiparando alguna de estas acciones con el asesino de la catana, pero hay una extraña coincidencia en este tipo de comportamientos, unos trastornos de origen sicóticos. Paradójicamente no se trata de seres marginados o de rebeldes sin causa, ni de gente que pretendan pagar a la sociedad con la misma moneda; son jóvenes normales , quienes provistos de unos teléfonos móviles que sus padres les compraron como premio por no se sabe qué, graban estas fechorías para fardar delante de sus compañeros.

Hay quien piensa que estas acciones son una consecuencia más del belicismo y la violencia a la que está sometida la juventud a través de los videojuegos y la televisión, pero limitar las causas a esta sola consideración, sería caer en una reducción simplista; hay quien considera, que tal vez sea el precio a pagar por el tipo de sociedad que entre todos estamos construyendo, una sociedad que ha perdido el rumbo, que desprecia al débil, que es individualista, hedonista y competitiva, a lo que cabría añadir la dejación y la permisividad ejercida desde el propio ámbito familiar; detrás de alguno de estos casos bien pudiera estar el alcohol, las drogas, la escasa tolerancia a la frustración, la falta de expectativas ante el propio desarrollo personal y el sentido de la vida, o el simple desafío a las reglas establecidas. También entra aquí en juego una mal entendida progresía, que identifica la libertad con el libre albedrío, con la falsa cultura de la permisividad. Una política de mano dura, por sí sola, está condenada al fracaso, prueba de ello lo tenemos en Japón, un país con mucha disciplina y donde en cambio existe un porcentaje de violencia similar al de otros lugares. Convendría primero ajustar los estereotipos basados en modelos equívocos y patrones culturales negativos; tampoco se trata de un tema exclusivamente judicial o policial, no puede haber un policía detrás de cada individuo; y las multas, la privación de libertad y otro tipo de medidas sancionadoras, poco sirven a la hora de cambiar actitudes y modificar conductas. Por parte del Ministerio de Educación se ha elaborado un Plan de Convivencia Escolar con un protocolo de medidas formativas y sancionadoras encaminadas a poner remedio a la violencia juvenil en el ámbito escolar, pero conviene recordar que, desde el sistema educativo, nunca se ha practicado con tanto ahínco la doctrina de la tolerancia, el respeto y la solidaridad; pero este tipo de medidas han de introducirse con el consentimiento y la complicidad de la familia y la implicación de la sociedad toda.

*Profesor