Cuando el turista desciende de su automóvil o del autobús en la plaza cacereña de Obispo Galarza, el entorno le ofrece la inevitable impresión de haberse apeado en una ciudad vieja, mal cuidada, olvidada... Sensación que permanece hasta que, al fin, se adentra en la Ciudad Antigua. La nueva corporación no debería, pues, dirigir su interés únicamente a la remodelación de la plaza Mayor, sino a considerar a ésta el punto central de un proyecto cuyo radio de acción debería extenderse a las áreas adyacentes que confluyen en ella. La plaza y sus alrededores constituyen la antesala de un conjunto monumental que en ningún caso ha de ser sentido como un islote que emerge de entre los cascotes. Nuestra ciudad antigua es una joya a la que quienes nos visitan han de acceder atravesando las calles de un Cáceres que, recogiendo todo el sabor del tiempo, sea capaz de presentar una ciudad nueva y moderna: fachadas remozadas, paredes a pie de calle ocupadas por amplios escaparates cuyos productos se alejen de las baratijas propias de mercadillo, maceteros en zonas peatonales, calles limpias, carteles anunciantes de lugares y rutas de interés, carteleras de cine, teatro y exposiciones... El turista debería encontrarse con bares y restaurantes de locales impolutos y servicio cuidado.Y la plaza, un rectángulo que bien pudiera acoger en su medio un jardín de frondosos árboles y añosos olivos, de setos recortados en un intento de emular figuras, de flores alfombrando el suelo... Un jardín con una hermosa fuente que, a través de dos prolongados caminos de agua con chorros a media altura, llegará hasta otras dos de menor tamaño equidistantes de ella. Una fuente que, en el día, ofrecería su humedad al ambiente y, en la noche, iluminaría con sus luces el techo azul del corazón de la ciudad.

Ana Martín Barcelona **

Cáceres