La variedad de registros exhibida por el PNV durante la última semana no deja lugar a dudas en cuanto a la profundidad de la división interna que mina su estrategia política. Sucintamente recopilado, los nacionalistas vascos alcanzaron el martes, a través de Iosu Erkoreka, un acuerdo con el PSOE para disponer de una plaza en la mesa del Congreso. Acto seguido, Joseba Egibar se multiplicó en argumentos poco convincentes para negar el apoyo peneuvista a la moción de censura que debía desplazar a ANV de la alcaldía de Arrasate. Ayer, los concejales del PNV en aquel municipio apoyaron una declaración de condena del asesinato de Isaías Carrasco y del último comunicado de ETA, y el partido se abrió a una operación encaminada a desposeer de sus cargos a todos los alcaldes de la izquierda aberzale.

La coexistencia bajo unas mismas siglas del nacionalismo posibilista y del soberanismo tiene estos efectos. Mientras el presidente del PNV, Iñigo Urkullu, parece inclinado a echar el freno a la prédica soberanista, apoyado en la estrategia del grupo parlamentario en el Congreso, el lendakari mantiene la convocatoria para octubre de un referendo que da alas a los partidarios de reducir al mínimo los compromisos del País Vasco con el Estado. Nada demasiado nuevo si no fuera porque, con la vista puesta en las próximas elecciones autonómicas, cuya precampaña ya ha empezado, el PNV tiene todas las trazas de actuar de socio imprevisible, justo lo contrario de lo que buscan los socialistas para completar en el Congreso una mayoría sin sobresaltos.