Conmueven en estos días las imágenes de la tragedia, desolación e infortunio de Haití. En el trasfondo queda la imagen de la pobreza extrema, que aflora a medida que las casas se han ido hundiendo y los equilibrios de las infraestructuras precarias se han roto. Las causas de la pobreza de países como Haití son varias. Su renta per cápita no llega a 1.200 dólares y un 72% de la población vive con menos de dos dólares diarios. Un desastre, en medio de abusos coloniales, dictaduras políticas y déficits educativos y sanitarios múltiples. Pero, más allá de aquellos factores institucionales, parte del problema de la pobreza de esos países radica en su elevada tasa de fertilidad general, la media de niños nacidos a lo largo de la vida de una mujer, para remarcar que un cambio hacia una mayor planificación familiar es una condición necesaria para su bienestar. Sin estas transformaciones, parece imposible que ninguno de los países atrasados pueda alcanzar nunca los llamados objetivos del milenio.

Parte del éxito de algunos países asiáticos se debe a estos cambios. Entre 1960 y el 2000, en esa parte del mundo, la fertilidad de las mujeres casadas ha bajado de seis a tres niños. La secuencia es muy simple. Con tasas de fertilidad de 5 o 6 niños, no hay economía que aguante crecimientos suficientes que permitan que la renta per cápita no baje. Con una natalidad tan elevada, resulta infactible lograr una educación primaria o una sanidad básica universal. Hijitas sin educación son con frecuencia madres solteras u objeto de embarazos no deseados, en un círculo de pobreza y alta fertilidad. Se asocian también estas concepciones a una elevada mortalidad infantil. En Haití, cuatro veces más que la del mundo desarrollado y entre dos y tres veces más que la de Guadalupe o Martinica, islas confines. No es un tema de medicamentos bajo patentes o de contraconceptivos de coste elevado. Son otras las causas: la educación y la asimetría de poder de géneros en que estas sociedades viven.

XLA IDEA DEx que las familias pobres eligen tener muchos hijos porque saben que muy pocos sobrevivirán es poco aceptable. A ricos y pobres lo que les separa es el uso o no de contraceptivos. El descenso de la fertilidad se concentra en las clases más ricas, agravando la desigualdad en las rentas familiares per cápita.

Los dilemas morales aquí son tan mayúsculos como necesitados de ser abordados. La interferencia externa en las relaciones humanas que el sexo domina, la legitimidad o no de subsidiar económicamente la contraconcepción, la capacidad de condicionar las ayudas internacionales a prácticas no aceptadas por determinadas culturas religiosas y gubernamentales, ya desde la oferta asistencial (sanamientos maternales), ya desde la demanda (condones), o cómo hacer frente al estigma social de la reversión del proceso. Hoy es marca de bienestar saltarse la norma en las políticas chinas de control de la natalidad. Pero es inapelable que algo en este terreno tiene que entrar en la agenda de la lucha contra la pobreza.

Fueron necesarios 130 años para pasar de los 1.000 millones de habitantes del planeta a los 2.000, 30 años más para llegar a 3.000, 15 años para los 4.000 y ahora en 12 años hemos pasado de 4.000 a 6.000 millones. Muchos de ellos, en los países menos desarrollados. Al mismo tiempo, con lo que el Bixby Forum de Berkeley identificaba hace un año como 80 millones anuales de embarazos no deseados, la pobreza ha pasado a ser más extrema. La diferencia en el crecimiento natural (nacimientos menos muertos) por minuto entre países desarrollados y menos desarrollados es de cuatro en el primer caso y de 154 en el segundo. Níger tiene un crecimiento económico anual del 2%, mientras que la población crece un 3,9%. Si esta cifra no cambia, con la tasa de fertilidad actual de 7,1 niños por mujer, en 2050 Níger pasaría de los 14 millones actuales a 80 millones: ninguna economía tiene un crecimiento que pueda conseguir que la renta per cápita no se haga añicos aún más en un proceso demográfico como el citado, y más en un país como Níger, en el que ya hoy el 86% de la población vive con menos de dos euros diarios.

La labor de reducir la tasa de fertilidad total no es imposible: Kenia lo está haciendo: de 8,12 en los años 60 a 5 en la actualidad, a pesar de que, si la tasa no baja más, los 84 millones de habitantes resultantes pueden acabar con estándares de renta per cápita más bajos que los que hoy tiene Somalia. Filipinas ha tenido éxito en estas iniciativas. Y es que las clases más pudientes en esos países no practican menos sexo, sino que lo hacen con más precauciones. En este sentido, el acceso a la planificación familiar y a los anticonceptivos no son un bien de mercado libre: las barreras tangibles e intangibles existentes entre pobres y sin educación llevan a que no se consideren unos beneficios sociales que hay que proteger. Toca ahora ayudar a reconstruir Haití. Pero más allá de los cimientos físicos de las nuevas casas e infraestructuras, hay que impulsar programas de educación que empiecen a atacar parte de los males que les han llevado a la pobreza.