La cumbre que los países del G-8 celebran en la localidad italiana de L´Aquila ha arrojado un balance modesto en lo que se refiere a la lucha contra el cambio climático, uno de los aspectos relevantes de la cita. Los estados más industrializados del mundo han llegado a un acuerdo para reducir en dos grados el calentamiento del planeta y rebajar en un 80% las emisiones de CO2 a mediados de siglo. Y este compromiso, que podría parecer consistente, no lo es tanto porque no se completa con un dato clave como es establecer la fecha que se toma como base para esa disminución de las emisiones contaminantes. Por si fuera poco, los países emergentes, capitaneados por China, la India y Brasil, se mostraron ayer muy renuentes a secundar el acuerdo, aunque para ellos se hace la concesión de que de aquí al 2050 solo deberían reducir las emisiones a la mitad. Sus postulados son conocidos: creen que los países ricos deben realizar sacrificios mucho mayores que son los que primero llegaron a la industrialización y, por tanto, más tiempo llevan contaminando. Una argumentación a la que Occidente no puede contraponer una cínica apelación a que la gravedad del deterioro medioambiental requiere medidas drásticas.

El presidente de EEUU, Barack Obama, que ha hecho bandera de la lucha contra el cambio climático y ha sumado a su país al consenso del G-8, no ha podido culminar con éxito la mediación con los países emergentes. Queda medio año para lograr un pacto global en la cumbre de Copenhague, de donde debería salir un acuerdo que sustituya al de Kioto. Empieza la cuenta atrás.