TMte pregunta mi vecino como si yo tuviera algo que ver, sobre qué es el poder. Anda muy preocupado porque le parece que al Gobierno de Zapatero le falta poder, porque cree que formalmente lo tiene, el poder, pero fácticamente, no lo tiene. Me dice que por mucho progresismo que inspire a la acción de gobernar, luego, a la hora de traducirlo en hechos, el Gobierno no tiene los mecanismos para introducirse en la sociedad.

Un ejemplo, me pone, el de los pisos que la ministra Trujillo dijo que iba a facilitar para que la Constitución se cumpla en materia de ladrillos. ¿De qué sirve proclamar que habrá pisos para todos si las leyes, los constructores y los dueños de los terrenos no lo contemplan así?

Le respondo, improvisando, que más difícil que alcanzar el poder, es el perderlo. Y le pongo como ejemplo lo del poder judicial. ¿De qué se tiene miedo cuando se empecina uno en evitar que otros ojos, progresistas, se encarguen de revisar judicialmente algunas causas y procesos enquistados en sus aspectos más conservadores?

El poder es etéreo, le digo utilizando a Maquiavelo, se esconde bajo las alfombras y lo impregna todo. El poder se respira y quienes lo respiran adoptan aires de seguridad, de plena confianza, se hacen invulnerables y consideran que nada ni nadie podrá hacerles tambalear. La lógica del poder es rotunda, no permite la duda, hace lógico que todo sea así y así sea. Pero cuando su pérdida es real, cuando pasa a manos de otros, genera personajes ridículos que se empeñan en manotear en un agua que ya no está.

Mi vecino me mira. Me toca la frente y comprueba que la gripe no está acabando conmigo. Desiste de presentarse a jefe de la comunidad de propietarios.

*Dramaturgo y director del

Consorcio López de Ayala