Poner atención / al alba, al hablar / del azar». Eso nos pide el extremeño Antonio Méndez Rubio (Fuente del Arco, 1967), uno de los poetas actuales más reconocidos, en su último libro Por nada del mundo, publicado por la prestigiosa editorial Vaso Roto.

Frente a la visión sin mirada y la mirada sin visión, pasiva y pasota que fomenta la televisión o el ojeo aburrido de las redes sociales, la poesía, cuando lo es de verdad y no mero henchimiento del ego, nos exige una atención y entrañamiento que es a la vez extrañamiento respecto a las certezas de lo asumido como cotidiano. La poesía siempre existirá porque en nosotros existe «el anhelo de nombrar», a pesar de la conciencia de que siempre lo más importante se nos escapa, y de que un pájaro o las nubes suscitan nuestra emoción «a través de lo no dicho».

El lector perezoso puede darse por vencido ante unos poemas que puede que no entienda, pero decía bien la poeta Chantal Maillard, no es lo mismo entender que comprender pues «comprender es asentir al abismo. Con otro. «Comprender es un ejercicio de compasión».

Yo diría más: en poesía, comprender es prender con otra persona ausente (el lector, la lectora) la breve llama de una iluminación sobre algo que hasta entonces era oscuro.

La lírica de Méndez Rubio es sencilla, como la grama que se aferra sobre un suelo árido, como la gramma o letra que crece sobre el espacio en blanco que espera la palabra personal de cada uno, con sus luces y sombras, en esa lección de Paul Celan («Habla también tú / di tu decir») que subyace en todo el empeño poético del pacense, como en su poema A la sombra: «Sin suelo, / grama libre / de rastro: // escribe tú / que puede tu / propia historia».

Dividido en cinco partes (Parasomnias, La despedida, Simplicius Simplicissimus, Preparando el presente y Sublime transacción), el lector se ve atraído desde el sueño a lo político, convocado hacia una acción sin órdenes ni consignas. «¿Qué quiere decir esto?» se pregunta quién prefiere seguridad a libertad, tanto en política como en poética. Pero la poesía, como decía Celan, no se impone, sino que se expone, a los ojos y la vida irrepetibles de cada lector que recibe esa botella al mar. Méndez Rubio pronosticaba en Abierto por obras. Ensayos sobre poética y crisis (2016), que «este tipo de prejuicios seguirán dándose mientras la hegemonía de la intención no deje sitio a la necesidad de atención».

Una atención a las cosas que es también una atención a los otros, en sus dos sentidos, una atención que nos procura la poesía, refugio desde construir una vida más propia, sustraída a las exigencias de productividad y aprovechamiento que intentan convertirnos en autómatas.