En su reciente evocación ‘Un peregrino vuelve a casa’, el escritor placentino Álex Chico recuerda el pintoresco camino desde Garganta la Olla hasta el monasterio de Yuste y su impresión, siempre revivida, cuando a la vuelta de un recodo «como recién aparecido de la nada, surge un enorme palacio en mitad de la montaña». A pesar de la belleza del entorno, el monasterio se había quedado sin monjes en 2009 hasta que, cuatro años después, llegaron dos frailes polacos, Pawel y Rafal (padres Pablo y Rafael, como insisten en ser llamados). Poco después se sumaron Krzysztof y Adam (Cristóbal y Adán) y esta pequeña comunidad polaca convocó hace unas semanas a sus compatriotas para celebrar tanto el aniversario de la Constitución polaca de 1791, primera de Europa y segunda en el mundo, como el mes de la Virgen de Czestochowa, patrona de Polonia. Acudieron más de trescientos polacos, la mayoría desde Madrid y su periferia.

Dado que en España las vocaciones monásticas escasean, en Yuste hubo que recurrir a la importación y en Polonia, Iglesia católica y emigración son dos signos de identidad. A principios del siglo XX, las dos regiones de mayor emigración en Europa eran Galicia y Galitzia, parte del Imperio Austro-Húngaro que abarcaba desde Cracovia a la hoy ucraniana Lviv. Si los gallegos emigraban a Cuba y Argentina, los polacos lo hacían a Canadá y los Estados Unidos.

Por otra parte, Polonia es el país más católico de Europa y ello por buenas razones: al contrario que en España, donde la Iglesia estuvo siempre aliada con los poderosos, para los polacos, los curas no eran chivatos de los terratenientes (como lo eran en el campo extremeño: «¿qué te han dicho?» «Es secreto de confesión pero… no te fíes de fulanito») sino maestros que permitían conservar la lengua y cultura polacas, primero contra la germanización de Bismarck y la rusificación de los zares, y luego frente a la sumisión a los soviéticos. Historias asimétricas las de estos países en los extremos de Europa: nosotros sufríamos una dictadura fascista apoyada, por conveniencia estratégica, por EEUU; mientras que ellos aguantaban una dictadura comunista al servicio de la URSS.

POLONIA había tenido un partido comunista vigoroso (Rosa Luxemburgo, la más aguda teórica comunista del siglo XX, nació en Zamosc, se enfrentó a Lenin y tuvo un destino dispar: él triunfó, ella fue asesinada a bayonetazos, mutilada y arrojada al río Spree, en Berlín) pero Stalin desconfiaba de ellos y los masacró sistemáticamente para poner luego a sus peleles. Las consecuencias, perversas: dado que la izquierda allí es asociada con la dictadura, las reivindicaciones sociales han sido asumidas por los nacionalistas del PiS (Ley y Justicia) que triunfaron frente a los liberales de Plataforma Ciudadana.

Debajo del ‘milagro económico polaco’ (¡un 6 % de paro!), están las ventajas fiscales de que disponen las empresas extranjeras (muchas alemanas, pero también constructoras españolas como Ferrovial), que pagan menos impuestos que las compañías del país, pero también la precariedad creciente en que viven jóvenes y jubilados.

Al leer los reportajes sobre la ‘pérdida de rumbo de Polonia’ en El País uno se pregunta cuánto habrá de indignación real hacia la mentalidad retrógrada del gobierno conservador y cuánto de miedo por el fin de los privilegios a los foráneos y la imposición de medidas proteccionistas.

Pero pasa lo de siempre: aparte de por los casos de corrupción de Plataforma (que implicaban hasta al hijo de Donald Tusk), el PiS ganó por prometer ayudas en vivienda y a la natalidad para los matrimonios jóvenes y en medicamentos para los ancianos, pero su prioridad, una vez en el gobierno, es impulsar una contrarreforma educativa, copar los tribunales con jueces amigos y ponérselo difícil a la prensa de oposición. O reabrir la investigación sobre el accidente de Smolensk en 2010, que se empeñan en achacar a Rusia y la oposición, como ciertos periodistas derechistas de infausto recuerdo imputaban el 11-M a ETA y Zapatero. Por suerte, al contrario que en Rusia, la sociedad civil polaca es fuerte y está acostumbrada a protestar aunque, como en España, suele toparse con la torpeza de los partidos.