WLw as elecciones legislativas celebradas el miércoles en los Países Bajos arrojan unos resultados que confirman la confusión del electorado ante los enrevesados problemas que amenazan el sistema tradicional de tolerancia y gobiernos de coalición entre los partidos moderados de la derecha y la izquierda. Aunque el vidrioso y candente asunto de la inmigración quedó marginado del debate electoral, sofocado por un consenso que ahora aparece harto artificial, la nota relevante de la consulta es el avance de los partidos más o menos radicales e incluso extremistas en perjuicio de la moderación representada por la Alianza Cristiano Demócrata (CDA) en el poder y el Partido Laborista (PvdA), en la oposición.

Ambos partidos pierden votos y escaños (3 y 10, respectivamente), por lo que el actual primer ministro, el democristiano Jan P. Balkenende, deberá negociar con paciencia para constituir una coalición heteróclita que mantenga el control de la inmigración y asegure y mitigue las reformas del Estado del bienestar. Lo más probable es una conjunción de los dos grandes partidos para frenar la azarosa polarización surgida de las urnas. Porque los estridentes triunfadores son el Partido Socialista, de inspiración maoísta, dirigido por el carismático Jan Marijnissen, un movimiento populista de protesta contra el orden establecido; y los dispersos herederos de Pim Fortuyn, que predican contra la supuesta islamización del país y advierten del riesgo de estallido social en los barrios marginales. La sociedad holandesa está sometida a tensiones contradictorias que delimitan un pequeño laboratorio de los futuros problemas de Europa.