Cuando la sociedad se enfrenta con problemas psicosociales como los derivados del consumo abusivo de determinadas sustancias, la accidentalidad de tráfico, la violencia escolar o de género, los comportamientos antisociales o xenófobos, inmediatamente busca explicaciones y soluciones en el ámbito de lo judicial, pero las responsabilidades primeras las atribuye a la falta de prevención realizada desde la escuela.

Es frecuente identificar el concepto juventud con el de desorientación y despreocupación, una etapa en la que todo gira en torno al placer de lo inmediato, carentes, en muchos casos, del más mínimo compromiso social. El propio Consejo Europeo, ha planteando en repetidas ocasiones la conveniencia de introducir algún tipo de enseñanza cívica capaz de atenuar este vacío. Por todas estas razones, el sistema educativo se ha visto obligado a poner en marcha una serie de medidas encaminadas a transformar esta apatía individualista y esta falta de implicación, de solidaridad, de respeto a la pluralidad, de diálogo, de civismo, de tolerancia, y de dignidad; articulando una serie de códigos fundamentados en la recuperación de los valores democráticos, que proporcionen pautas de comportamiento y cambios de actitudes y de conductas.

La cuestión estriba en la conveniencia de establecer previamente un consenso en materia educativa que se materialice en una ley de enseñanza genérica y perdurable, no sometida a los avatares ni a la arbitrariedad de los ciclos cambiantes de la política, y a partir de ella, buscar puntos de confluencia entorno a los cuales articular una serie de valores de carácter universal en los que la sociedad coincida plenamente, promoviendo una signatura superadora de cualquier atisbo de adoctrinamiento o de manipulación ideológica.

LA EDUCACION en valores no es una práctica novedosa en la escuela, pues ya se imparte desde hace tiempo de forma transversal, aprovechando ocasional y esporádicamente los contenidos de otras materias en los que se apoya. Ahora se pretende dotar a esta enseñanza de carácter propio, con una metodología y unos contenidos específicos que se impartan de forma sistematizada, autentificando así la palabra educar, que significa algo más que transmitir conocimientos y que hace referencia a esa otra faceta relacionada con la personalidad, a la que le proporcionaría las herramientas y los rudimentos necesarios para un desarrollo integral en el que se despierte el sentido crítico y la capacidad de reflexión necesaria para interpretar la realidad.

Al carecer de un andamiaje curricular, esta asignatura pudiera terminar convirtiéndose en una materia secundaria, colocada en un espacio y en un tiempo inapropiado dentro del horario, pudiendo constituir una carga añadida que actúe en detrimento de otras materias, y por tanto contribuir a la merma de la calidad. No falta quien opina que debido a que aborda cuestiones propias de contenidos actitudinales relacionados con parcelas del ámbito de lo personal y de lo familiar, debería ser una asignatura de libre elección por parte de las familias o disponer al menos de cierta adaptabilidad para que pueda ser encajada dentro del ideario propio de cada centro.

Habitamos una sociedad pluralista y fruto de ello existen diferentes concepciones ideológicas y morales perfectamente asumibles y defendibles, nadie puede pretender erigirse en el albacea de la moralidad ajena, por lo que deberían arbitrarse medios en evitación de cualquier tipo de ingerencia. En este sentido, se han rebajado algunos de los planteamientos formulados inicialmente, referidos a la sexualidad y a la familia, en aras a que la asignatura adquiera ese carácter general compatible con las diferentes pulsiones de la sociedad.

La conveniencia de educar en valores es asumida por la inmensa mayoría, la controversia surge a la hora de determinar cuál de ellos han de impartirse, dónde y de qué forma. Nadie niega la necesidad de un rearme de la juventud en principios cívicos y democráticos, que sirvan como cimiento sobre cuales levantar el edificio de la propia personalidad, con una actitud crítica frente a los procesos colonizadores y dictatoriales de la publicidad, de la moda o del consumismo, comenzando a dar valor a aspectos tales como el esfuerzo y el mérito, todo ello desde parámetros estrictamente existenciales.

La Educación para la Ciudadanía no se presenta como una alternativa sustitutoria de las clases de religión, ni pretende invadir el campo competencial de sus contenidos, ya que cada asignatura puede coexistir dentro de su propio espacio, simplemente se trata de fomentar una serie de códigos de comportamiento a la luz de la razón. En la convicción de que no debemos reducir nuestra actuación a lamentar pasivamente los desaciertos de la juventud, sino que conviene actuar desde el consenso, tratando de encontrar respuestas válidas y convincentes, sobreponiéndonos a los matices diferenciadores, a las posturas refractarias, superando la paranoia de infundadas y suspicaces sospechas en torno a una hipotética instrumentalización clientelar y sectaria de tan delicada materia.

*Profesor