Una campaña, firmada por Gobierno de España , incita a desayunar bien. Ignoro de parte de qué ministerio procede la iniciativa, porque en el acto de desayunar intervienen muchos factores, y puede haberse originado en el Ministerio de Agricultura --que, por cierto, Elena Espinosa lleva bastante bien-- o puede proceder del Ministerio de Sanidad, a lo mejor al darse cuenta su titular de que sólo dispone de tres euros por niño para pagarle el dentista, y desayunando bien está demostrado que la dentadura aguanta mejor.

De cualquier forma, lo que está claro es que el Gobierno de España se preocupa de lo que desayunamos, y no como esos otros gobiernos occidentales que les da igual lo que desayunen sus ciudadanos. Ni el Gobierno de Francia, ni el de Alemania, ni el del Reino Unido, ni siquiera el de Estados Unidos han sentido curiosidad, jamás, por lo que desayunaban sus votantes, lo que demuestra que tenemos un Gobierno que no sé si nos lo merecemos, porque --he de confesarlo-- jamás he sentido ningún interés en saber lo que desayunan los ministros y, sin embargo, ahí están ellos preocupados por lo que comemos antes de salir de casa.

Ni Gerald Brenan en su Laberinto Español ; ni Salvador de Madariaga en sus ensayos; ni José Bergamín en Calderón y cierra España , ni, más recientemente, Gustavo Bueno , hablan de lo que desayunamos. Ni siquiera Ortega , que se fijaba en todo. Es decir, que ni filósofos, ni ensayistas, ni escritores que han tratado de explicarse qué es España se han preocupado de nuestros desayunos. Y, a lo peor, ahí está la clave. Porque los hispanistas siempre se han quedado un poco perplejos ante el país y, sobre todo, ante el paisanaje. Por eso hay tantos hispanistas: porque les desconcierta nuestro carácter y nuestra idiosincrasia y, quién sabe si todo eso no lo genera lo mal que desayunamos. Menos mal que se inicia una nueva política: la de los desayunos.