TLtos recursos y "trucos" de un político vocacional, que no desee perder los cargos ni estipendios que percibe por ellos, pueden ser inagotables. Pues debe intentar convencer a sus electores que le sigan apoyando --de cuatro en cuatro años, que es lo que establece esta democracia a plazo fijo-- para mantenerse en el pedestal legislativo; aunque su labor haya sido neutra, negativa o desastrosa; como viene ocurriendo en todos los niveles de responsabilidad política, desde hace un par de años, en nuestro país.

Los "trucos" hasta ahora utilizados han sido varios, aunque poco ingeniosos. El más facilón y persistente ha sido adoctrinar al ciudadano a través de los medios de comunicación y propaganda afines a sus planteamientos ideológicos. Que, en caso de ser idearios tradicionales, conservadores y "de derechas", son la mayoría de ellos. Tanto de los que se editan en papel, como los que se emiten por las ondas radiofónicas o televisivas. Incluso, últimamente, los de difusión "digital", que parecen calar más dentro y más ampliamente que los que requieren el esfuerzo de leer.

En todos los casos, la herramienta más eficaz para "trabajarse" al futuro elector es el lenguaje; pues con él --hábilmente utilizado-- podemos rellenar páginas y páginas de opiniones, de entrevistas, de promesas o de tópicos. Poner "pies" disuasorios a fotos comprometidas, en las que se vea la protesta y el descontento ciudadano. Situar estratégicamente "columnas" y colaboraciones que sostengan lo contrario de lo que se respira en la calle: viendo y demostrando "alegría" y "recuperación" donde se vean parados, desahuciados, despedidos y ciudadanos cabreados. Igualmente, en las emisiones a través de la radio se pueden difundir entrevistas, encuentros y tertulias en las que los responsables --los que pocas veces "responden"-- tergiversen hábilmente los términos gramaticales para conseguir los mismos resultados: frases ingeniosas o condenas radicales para demostrar que los oponentes políticos están errados; o que fueron ellos los que dejaron una herencia difícil e irrecuperable.

XEL LENGUAJEx está ya fijado y registrado en los diccionarios. Aunque la RAE haya intentado algunas veces sustituir el "Fija, limpia y da esplendor" por un "Añade inglés y lo entenderán mejor"; que ha removido y resquebrajado un tanto en los bordes la hermosa lengua que heredamos de nuestros escritores y poetas del Siglo de Oro. Por eso, el que quiera variar o vaciar la semántica tradicional y objetiva de las palabras, para ajustarlas a sus programas y deseos, tendrá primero que manipular el Diccionario de la lengua Castellana y la pureza misma del vocabulario que contiene.

Las últimas agresiones contra el ejército de las palabras se han llevado a cabo en el sector de la "infantería" económica --atacando a las más débiles e incomprendidas-- por parte de distintos enemigos de su racionalidad y pureza.

No solamente los políticos han demolido términos como "reactivación", "empleo", "salario justo", "honestidad", "nepotismo", y otras que han dejado de significar lo que significaban solo hace unos años; sino que otros sectores como el empresarial, el bancario o el funcionarial se han empleado a fondo para desnaturalizar significados como "externalización", "reajuste", "retribución", "cláusula contractual", "preferente" y muchas otras --que aparecen ahora rectificadas en las pancartas callejeras-- que se han usado abusivamente para facilitar los fraudes, las distorsiones económicas, los desfalcos y el desprecio hacia los sectores más ajenos a las verdaderas significaciones del diccionario.

XSEGURAMENTE,x muchos de los lectores de estas reflexiones "a vuela pluma" encontrarán cientos de términos, verbos, adjetivos o preposiciones gramaticales que han sido tergiversados por los nuevos redactores de leyes, reglamentos, decretos o discursos de ministros; pues pocos habrá que no hayan sido víctimas de las medidas y "recortes" perpetrados en los últimos ejercicios presupuestarios; que hayan perdido su puesto de trabajo; que hayan sido desahuciados o, simplemente, que les hayan "distraído" sus ahorros cuando creyeron que las palabras seguían significando lo mismo que siempre. Y que ser honrado era, como siempre había sido, no robar.

Si en un supuesto totalmente imaginario, alguno de los genios literarios del pasado, creadores de los términos más bellos de la lengua castellana, pudiera asistir en nuestros días a los debates de las Cortes, a laguna tertulia televisiva o leyera alguna página de un periódico actual; estoy seguro que se quedaría estupefacto, horrorizado y pensando que en España ya se hablaba otro idioma.