La economía es una cuestión de confianza. Los animal spirits de Keynes deciden en función de sus expectativas sobre cómo les va a ir. La política es un acto de confianza. La gente premia o castiga si sirve para solucionar problemas o para crearlos. Sin confianza no hay buena economía. Pero sin buena política no hay confianza. Al CIS pongo por testigo de que no tenemos una buena política. Seguro que esto lo tenemos que arreglar entre todos, como dice la publicidad. Pero eso lo tienen que arreglar ellos.

El Gobierno puede seguir consolándose atribuyendo sus errores a problemas de comunicación. Como bien dijo Bruno Dente , en política no hay tales problemas, solo actores que quieren cosas opuestas. Puede ir de trilero para ver si aísla un poco más a un PP especialmente dotado para dejarse arrinconar. Será su problema, no el nuestro.

La oposición popular puede optar por seguir a lomos de los cuatro jinetes de la recesión: paro, impuestos, déficit y deuda, o anunciar cada día la madre de todas las quiebras de confianza de los mercados internacionales. Será su problema, no el nuestro. Los nacionalistas pueden impartir nuevas lecciones de sentido de Estado. O la izquierda imaginar más políticas llenas de felices y perdices. Ambos pueden repartirse el juicio sumarísimo al descontrol del Gobierno y la voracidad de la derecha. Es su problema, no el nuestro.

Nuestro problema es el hastío por una penumbra que ya dura demasiado. Estamos hartos y cansados de arrimar el hombro y pasarlo mal mientras se nos repite lo mal formados que estamos o lo poco competitivos que somos. Cansados y aburridos de tanto ruido inútil. Solo queremos saber cuál es el plan, un poco de silencio y pruebas de que los intereses generales van antes que los intereses privados o las tácticas de partido. Ellos sabrán si les conviene demostrarnos que saben entenderse. O si les rendirá más seguir creyendo que nacimos ayer. A todos les vendría bien tener presente que en la famosa crisis del 29, antes que las políticas económicas, fue el liderazgo y la confianza en un presidente que sabía para quién trabajaba y para qué gobernaba.