Frente a la crisis económica que nos anega, el Gobierno gana tiempo proponiendo la creación de nuevas y vaporosas comisiones de trabajo y la oposición (Rajoy ), se frota las manos y aguarda a que Zapatero se la pegue en las próximas elecciones. No hay lealtad por ninguna de las dos partes con los ciudadanos que lo están pasando mal: con el millón de familias cuyos miembros están todos en el paro; con los cuatro millones y medio que malviven con el subsidio de desempleo; con los descolgados que se han visto obligados a acudir a los comedores de Caritas o con la angustia de los que hace tres o cuatro años creyeron en la propaganda de los bancos y se hipotecaron con créditos que ahora no pueden devolver; o los empresarios que han tenido que cerrar sus negocios por falta de crédito.

Por no hablar de quienes, hartos de trabajar durante años y años en oficios sin brillo ni beneficio, han escuchado decir que la ministra Salgado tenía un plan para retrasar la edad de jubilación. Plan que, tras las movilizaciones de los sindicatos parece haber aparcado pero que, sin embargo, ha encontrado grandes defensores entre quienes tienen planes de pensiones privados o sueldos y oficios que les colocan a salvo de la alineación que aparejan determinados trabajos. Ya digo, los políticos van a lo suyo y encaran la crisis y la angustia de los otros con la tranquilidad de quien tiene su vida resuelta. Semejante forma de proceder contrasta con la celeridad con la que Zapatero y Rajoy se pusieron de acuerdo para echar un capote (por valor de miles de millones de euros) a los bancos y cajas de ahorro que estaban con el agua al cuello tras sus avariciosas aventuras con los fondos basura. Ya sé que recordar estas cosas resulta desagradable. Peor es padecerlas.