Carl Sagan (el famoso astrónomo estadounidense que en 1980 abrió las puertas de la ciencia a muchas personas con su serie televisiva Cosmos) solía decir «estamos hechos de polvo de estrellas». Su idea era que, con la excepción de los tres elementos más ligeros formados al final del big bang --hidrógeno, helio y trazas de litio--, la gran mayoría de los elementos restantes tienen su origen en el interior de estrellas, ya sea lentamente, como subproductos de las reacciones nucleares de fusión que las hacen brillar, o de forma abrupta y repentina, como resultado de supernovas o grandes explosiones estelares que dispersan los elementos químicos en el espacio. Sin duda, se trata de una formulación brillante e indiscutible, pero que, sin embargo, puede ser matizada.

La historia no finaliza con las supernovas, ya que los elementos químicos dispersados en el espacio por estos cataclismos no servirían para construir el mundo tal y como lo conocemos hoy en día. Imagínense una nave espacial en camino hacia un sistema estelar distante que tuviera la necesidad urgente de silicio para fabricar chips de ordenador. Aunque la nave estaría desplazándose a través del gas difuso liberado por explosiones de antiguas supernovas y de que dicho gas contendría átomos de silicio, los astronautas no tendrían posibilidad alguna de recolectar y utilizar dicho elemento. Los átomos estarían poco concentrados, es decir, demasiado dispersos y alejados entre sí.

Por el contrario, aquí en la Tierra resulta fácil encontrar concentraciones útiles de silicio. No hay ningún problema a la hora de hallar nódulos de sílice (pedernal), o arena de granos de cuarzo en una playa, o cristales de cuarzo en vetas, materiales todos ellos formados por átomos de silicio unidos al oxígeno. Claramente, el papel de la Tierra ha sido clave a la hora de convertir el silicio en un material útil para los seres humanos. Así que desde una perspectiva histórica, tanto del planeta como de la humanidad, la frase inicial de Sagan tal vez podría modificarse y formularse de forma algo diferente: «Somos polvo de estrellas, concentrado por la Tierra».

Nuestro planeta, a través de una serie de procesos geológicos muy diversos, ha generado las concentraciones de elementos y compuestos minerales que como humanos nos han sido y actualmente nos continúan siendo indispensables. En la historia de la Tierra se reconocen dos fases esenciales de segregación y concentración de los elementos químicos.

La primera tuvo lugar hace unos 4.500 millones de años, cuando el planeta estaba en proceso de creación a partir de la colisión de objetos espaciales. Esa fase dio lugar a una composición del conjunto de la Tierra dominada por cuatro grandes elementos -oxigeno, magnesio, silicio y hierro- con solo pequeñas cantidades de casi todos los demás elementos y con todos los componentes mezclados entre sí. La segunda fase se prolonga hasta nuestros días, básicamente a través de mecanismos englobados en el marco general de la teoría de la tectónica de placas y de la alteración que las rocas experimentan en la superficie del planeta al interaccionar con la atmosfera, la hidrosfera y los seres vivos.

Todo esto se ha traducido en una progresiva segregación y concentración de elementos y compuestos químicos. Pero tales concentraciones no están uniformemente distribuidas sino que, dependiendo de la ocurrencia, o no, de un determinado proceso geológico, se localizan en puntos concretos de la corteza terrestre. Y esto reviste una gran importancia por sus enormes repercusiones sobre la economía, la política y las relaciones entre los distintos países.

Somos polvo de estrellas concentrado por la Tierra a lo largo de toda su existencia y la distribución irregular, relativamente puntual a escala planetaria, de dichas concentraciones ha jugado un papel fundamental en el propio devenir humano. Los lugares de ocurrencia y las pugnas por el control de los recursos minerales que nuestra especie ha considerado valiosos -desde el pedernal para fabricar herramientas de piedra hasta los combustibles fósiles- explican parte de las vicisitudes vividas por los pobladores del planeta.

La lotería geológica, responsable en última instancia de la presencia o de la ausencia de dichos recursos, no explica todos los aspectos de la historia y el desarrollo de la humanidad, pero a la vez es un factor que no puede ser ignorado. Y eso también vale para el futuro. Particularmente, para el de la transición energética. Porque nuestro tránsito a una economía baja en carbono depende de la geopolítica de ciertos elementos energéticos críticos.

*Catedrático