Me genera cierto temor que, con esto de cumplir años (por lo visto, cosa bastante común), me dé por empezarle a coger el gusto a compartir experiencias pasadas. O lo que es lo mismo: contar «batallitas». Pero seamos sinceros: lo que hemos vivido es una gran parte de lo que somos. Así que estas líneas arrancarán con eso: elevar alguna situación vital a algo más allá de lo anecdótico (o eso espero).

Hace no demasiados años, un par de décadas atrás, ver determinadas películas no estaba al alcance de la mano. Muchos clásicos no estaban disponibles en video, y ni siquiera estaban en venta. Y si lo estaban, a lo mejor era fuera de España… y no existían tiendas online. Si empezabas a cultivar tu cinefilia, te encontrabas con gente que recordaba y aseguraba el último año que habían pasado una película en La 2, porque no era sencillo tener la opción de verlas de nuevo. Las últimas páginas del periódico como el que tienen en sus manos (difícil también, la verdad: seguro que están frente a su móvil, tablet o portátil) era un mapa del tesoro en el que indagar la programación de los distintos canales. Un «hallazgo» en forma de pase era un tesoro. A los de veintitantos esto les parecerá inimaginable. Y ya ven: pasó hace dos días.

Ayer, sin embargo, le di a un botón azul de mi mando y comprobé qué tenía a un par de segundos de distancia casi 2.000 películas. De todos los colores y sabores. Hasta malas, muy malas. Me costó decidirme.

Qué incongruencia: nunca habíamos tenido más información de la mano y, sin embargo, hemos decidido no usarla. Mucha gente se rasga las vestiduras porque porcentajes cada vez más altos de población deciden informarse a través de las redes sociales. Pero no es extraño: ya lo hablábamos la semana pasada, si Facebook decide convertirse en un periódico (no lo hará, es poco rentable) lo será. Básicamente porque nosotros le decimos que lo sea.

Sí, sí. Nosotros mismos. Cada paso que damos en la red, o cada «log» en una página web, cada simple búsqueda en Google, es un registro. Que se nos devolverá en forma (justa) de lo que nosotros buscamos. Les voy a contar una cosa: si entran buscando el mismo vuelo en la página web de una compañía desde la misma dirección IP puede ser que comprueben que sube de precio. Su propio interés en comprarlo (mayor demanda) hace que se eleve el precio (la oferta se cierra: hay más posibles compradores). Ustedes mismos alimentan (el algoritmo de búsqueda).

Lo preocupante no es que las redes sociales nos sirvan de fuente de información. Sino que seleccionarán las noticias que (consideran) más se ajustan a nuestro perfil. Es decir, si ya sólo quiero recibir análisis de un determinado signo, eso es lo que la red me devolverá. No me digan que eso no es confortable. ¿Se preguntan por qué las redes sociales están llenos de fanáticos? Porque son escuchados y retroalimentados.

Los partidos políticos (no todos, eso sí) son conscientes de este poder. Es una forma sencilla de captación, y la más sencilla, porque el primer paso es voluntario. Después es tan simple como tener preparado una batería de noticias que apunten en el mismo sentido. No sé si Orwell legó a pensar en llegar tan lejos.

Si piensan en deportes, reconocerán todo lo contado enseguida. Sólo tienen que ir a esas tremendas e importantísimas tormentas (en vasos de agua turbia) por quítame ese penalti o ponme un par de minutos más, para verse inundados de memes, fotos, enlaces y demás confirmando la teoría. ¿Qué teoría? Da igual, cualquiera vale. Las conspiranoias son muy democráticas en esto, todos podemos ser conversos por vía de urgencia.

Que las noticas sean o no verdad empieza a carecer de importancia. Y si no, repasen la campaña electoral de Trump, otro inteligente (quién lo diría) difusor de redes sociales. En el terreno de las posverdad, la realidad del fondo es sólo un valor más, pero no el único.

Mi educación consistió en que me formaran una capacidad crítica. Que está lejos de ser lo que hemos dicho antes: confortable. Pero si solo me alimento de lo que quiero escuchar, si sólo escucho lo que quiero oír, si solo oigo lo que halaga mi consciencia estoy alejándome a cada paso de la búsqueda de la verdad y adentrándome en esa expresión (tan cursi) de la zona de confort.

Pero no culpemos a las redes sociales No, son meros instrumentos del algoritmo. Y el autor de eso ya lo han leído más arriba.