Licenciada en Derecho

Demasiadas veces miramos de reojo hacia aquellos que son diferentes, más en un tono de "desconfianza" que de aceptación. Los que tenemos próximo a personas "distintas" somos conscientes del daño que esa mirada provoca en nosotros, y especialmente en el sujeto "quizás agredido". Parece como si aquel título de 1984 se hubiera apoderado de todos y nuestro afán fuera exclusivamente el de estar con quienes son correctamente iguales. Conozco esa sensación, y a sensu contrario, esto es, porque mi parecido con otra persona es tal, que lleva a equívocos, y en más de una ocasión he tenido que reivindicarme a mí misma. No hay duda de que esta sociedad, a pesar de todo, no sabe aceptar a aquéllos cuya diferencia parte de una minusvalía. Sólo hay que observar los múltiples problemas a los que se enfrenta un invidente, un parapléjico o un sordomudo. Al final siempre se ha de pedir perdón porque su adaptación parte más de ellos, que de los que supuestamente nos consideramos normales. De ahí que más que hablar de integración haya que hablar de tolerancia, pues todo parece reducirse a la escasa capacidad que tenemos de aceptar lo que no es igual a lo que entendemos como normal. Esta sociedad es tan políticamente correcta que educadamente nos autoinculpamos, pero nos mostramos incapaces de comprometernos con esas otras gentes y esas otras causas. ¿Tanto cuesta mirar hacia el otro lado? Espero que algún día alguien valore tanto ser diferente que no se sorprenda de tener entre sus amigos a una persona que, como mi amiga Fátima, sonríe siempre, a pesar de todo, y especialmente, a pesar de muchas gentes que por lástima son incapaces de sentir que la semana también tiene un "octavo día".