Frente a la teoría de que todo cuanto ocurre en el ámbito sociopolítico está prediseñado por un reducido número de personas que nos dirige, la ciudadanía necesita creer que es dueña de su propio destino. La historia del mundo ha demostrado con pruebas fehacientes que existen las conspiraciones, pero por suerte también ha quedado patente que el genuino anhelo del ser humano por construir un mundo mejor tiene, de vez en cuando, posibilidades de éxito.

Cuando Barack Obama dijo «Yes, We Can», activó en la ciudadanía estadounidense primero y en la de todo el mundo después esa fe en la utopía que provoca terremotos de consecuencias imprevisibles. Aquellas palabras fueron pronunciadas en el mitin de New Hampshire del 8 de enero de 2008, pocos meses después de que la economía estadounidense diera serias señales de alarma de lo que luego se convirtió en la mayor crisis económica desde 1929.

El propio Obama no hubiera creído que justo seis años después (14 de enero de 2014), y como consecuencia del terremoto de esa crisis económica entonces solo incipiente, en España nacería un partido llamado precisamente Podemos («Yes, We Can»).

Ambas expresiones, que reflejan relatos políticos completamente distintos en contextos sociales de imposible comparación, sí tienen en común, sin embargo, un elemento crucial: la alusión a la necesaria fe de la ciudadanía en que es posible cambiar el mundo. Si durante mucho tiempo parecía imposible que Estados Unidos tuviera un presidente negro, en la España contemporánea nadie creía en la irrupción de un partido nuevo que cambiara el sistema político español.

Las réplicas del terremoto de la crisis económica han venido provocando durante los últimos años acontecimientos que parecían imposibles. Casi nadie creía que el Reino Unido algún día estaría fuera de la Unión Europea, pero está ocurriendo. Nadie daba un duro porque Donald Trump asestara un certero golpe en el corazón del sistema político estadounidense, pero ha sido el sucesor del autor del «Yes, We Can».

Pocos creíamos el 1 de octubre de 2016 que Pedro Sánchez podría volver a ser secretario general del PSOE en un plazo de algo más de siete meses, pero lo ha sido. Todos los medios de comunicación, los «expertos» politólogos, casi toda la vieja guardia de la política española y un alto porcentaje de la ciudadanía era incapaz de comprender cómo podría Sánchez, sin recursos, sin altavoces y en contra de todos los poderes económicos, volver al lugar de origen. Pero así ha sido, construyendo uno de los relatos más épicos de la historia política española y convirtiendo el 21 de mayo de 2017 en una bisagra social que se estudiará en las universidades. Un cambio histórico.

La sordera y la ceguera de quienes solo creen en la aplastante maquinaria del sistema haría pensar que Cataluña jamás será un Estado independiente, pero son los mismos que jamás creyeron en el Brexit. Quizá estaría bien que de una vez por todas se deje de escuchar a los que siempre dicen que nada relevante cambia, para empezar a prestar atención a los que decimos que todo lo relevante puede cambiar.

La historia se construye con base en ciclos que están ampliamente estudiados, con un mar de fondo dual: ciclos de estabilidad y ciclos de convulsión. Por supuesto, vivimos en uno de los segundos. Una de esas épocas en las que casi todo lo bueno es posible, es decir, que es posible casi todo lo malo. Una de esas épocas en que la materia política se encuentra en estado plástico y la ciudadanía tiene la capacidad de modelarla.

Estamos, sí, en un tiempo histórico de utopía. Un tiempo en el que, otra vez y después de muchas décadas, pensar en un mundo mejor de difícil realización no parece solo una temeridad quijotesca. La victoria de Pedro Sánchez es la última demostración de que lo imposible se hace posible cuando mucha gente cree en ello y se pone manos a la obra.

Hay quien dice que la política es el arte de lo posible, pero yo siempre he pensado que eso no es un arte. El arte, en realidad, consiste en pensar en lo que no existe y hacer que exista. Lo otro podrá ser artesanía, pero no arte. La buena y la nueva política consiste en ser capaz de ofrecerle a la gente la certeza de que su fe en la utopía está justificada, y de que lo que para algunos son ingenuas elucubraciones para otros son retos que estimulan la edificación de un nuevo mundo. Nunca se fíen de un político que no sabe soñar.