La victoria de Donald Trump y los sorprendentes resultados en los referéndums del brexit y de Colombia han suscitado un intenso debate sobre el papel del periodismo y de las redes sociales en la información y sobre el concepto de posverdad que el diccionario Oxford ha elegido como la palabra del año 2016. Entendemos por posverdad «las circunstancias por las que los hechos objetivos son menos influyentes en modelar la opinión pública que las apelaciones a la emoción o a las creencias personales». Se calcula que el 70% de las afirmaciones que ha hecho Trump durante la campaña han resultado falsas. Nigel Farage y Boris Johnson han reconocido que los argumentos con los que ganaron son irrealizables por falsos. Cunde la sensación de que este fenómeno de la posverdad tiene que ver con la sustitución de los medios informativos por las redes sociales. Casi el 50% de los norteamericanos declaran que consumen las noticias a través de Facebook, la red social que esta semana ha reconocido que no tiene mecanismos contra la «desinformación». No los tiene porque se resiste a asumir su responsabilidad editorial. Si lo hiciera, bastaría con que aplicara los métodos de verificación que empleamos los medios informativos. Todo está inventado y es perfectible. Las redes han empoderado a los ciudadanos para publicar noticias. Pero alguien debe hacerse responsable profesionalmente y económicamente de distinguir los hechos de las creencias para garantizar el derecho a la información.