WDw os semanas después del terremoto político que causó con la denuncia de que el Gobierno espiaba a sus dirigentes, el PP no ha aportado ninguna prueba de sus gravísima acusación. Ante la insistencia de los periodistas, el dato más consistente con el que su secretaria general, María Dolores de Cospedal, ha intentado avalar su acusación ha sido aludir a las "muchas conversaciones" privadas de miembros del PP publicadas por algunos diarios, obtenidas, según la tesis del partido conservador, mediante un uso espurio de los aparatos del Estado --policías, jueces...-- por parte del Gobierno socialista. La clave de la insostenible actitud del PP la ha aportado, quizá sin pretenderlo, otra dirigente del partido, Ana Mato, cuando dio por sentado que "todo el mundo en España sabe que hay una persecución contra el PP". Es decir, el partido de Mariano Rajoy cree que ha calado en la sociedad española el reiterado discurso de que la oposición es víctima de turbios manejos del Gobierno, y concede a esa acción de lluvia fina --por usar una expresión muy frecuentada en su día por José María Aznar-- más importancia que la propia verosimilitud de los punibles hechos que denuncia. La estrategia del PP para recuperar el poder que perdió tras la gran mentira de la autoría del 11-M puede darle réditos a corto plazo en forma de aumento de las expectativas de voto, pero sin duda contribuye gravemente a empobrecer la calidad de la democracia en España. Algo que debería hacer reflexionar a sus dirigentes.