TUtna vez más la familia se posiciona como determinante a la hora de afrontar un problema social, en esta ocasión la adicción a las drogas. Esta afirmación se basa en un convencimiento personal de hace años y que en días pasados tuve la ocasión de fortalecer, a raíz de una escena que quizá sea cotidiana en las calles de nuestros pueblos y ciudades. Presencié como un padre junto a su hijo, de corta edad, se citaba con un colega y compartía un porro ante la atenta mirada del menor. Sin duda, se me pusieron los pelos de punta y me lamenté, no tanto por la situación sino por ese pequeño, al que sin quererlo se le está de alguna manera induciendo hacia la lacra que tantas vidas se cobra en nuestra sociedad.

Por lo que me cuentan los que viven la noche de manera frecuente, parece ser que resultan sorprendentes los testimonios y las adicciones, a las que están abonadas personas que aparentemente no lo parecen y que se transforman de manera brutal ante las líneas blancas u otros tipos de sustancias prohibidas.

De nada sirven los planes nacionales sobre drogas impulsados desde las administraciones, las políticas sociales de inserción y rehabilitación de toxicómanos, si en el seno de la unidad familiar no tomamos conciencia de este asunto.

Hemos de pensar sobre todo en los pequeños, en nuestros hijos y el futuro que queremos modelar para ellos. Desde la libertad y la tolerancia que hay que transmitirles, pero eso sí sin bajar la guardia en ningún momento ante el problema que nos ocupa, desgraciadamente demasiado cotidiano y cercano.

El futuro suyo es nuestro presente, y por eso tenemos que hablar con autoridad, tal y como le escuché a un sacerdote franciscano hace unos días. Este buen amigo decía que hablar con autoridad es practicar con el ejemplo, y eso es precisamente lo que deberíamos hacer como primera medida preventiva en nuestra familia. felipe.sanchez.barbaextremadura.es