Escandaliza que ningún periódico denuncie en su portada la asistencia de políticos y diplomáticos de países democráticos a los fastos organizados en Trípoli (Libia), para conmemorar el cuadragésimo aniversario del golpe de Estado del coronel Gaddafi . Cuarenta años de un régimen que durante décadas se dedicó a financiar y exportar terrorismo y a dar asilo a terroristas.

Trípoli fue bombardeada en tiempos de Regan porque era un refugio de terroristas y, un agente libio (Abdel Basset el Megrahi), colocó la bomba que destruyó en pleno vuelo un avión de pasajeros sobre la localidad escocesa de Lockerbie (270 personas murieron asesinadas).

No fue el único caso. Otro avión comercial francés sufrió la misma suerte. Hace un par de años Gaddafi se avino a pagar una indemnización a los familiares de las víctimas y, a partir de ahí --y, sobre todo, a partir del inmenso potencial de negocio que supone que Libia disponga de enormes reservas de gas y de petróleo-- para algunos países fue razón suficiente como para borrar el nombre del dictador de la lista de indeseables. Se impone, dicen, el pragmatismo, la razón(¿?) de Estado. Ese interés es el que ha llevado a Berlusconi a asistir a los festejos de Trípoli en compañía, entre otros políticos, de nuestro ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos .

La estancia en Trípoli, será todo lo pragmática, diplomática o como quieran bautizarla en Exteriores, pero, qué quieren que les diga: a mí, la pleitesía que rinden a un personaje tan siniestro como lo es el dictador libio, me parece repugnante. Sin duda, lo más obsceno de la actualidad.