El IPC de diciembre, el que queda como marca final del año, llegó al 4,2% tanto en Extremadura como en el conjunto nacional, cifra que, no por esperada, deja de ser inquietante. A la tradicional dependencia de la economía española de las importaciones de crudo --y el petróleo está por las nubes--, se ha unido en el 2007 el súbito encarecimiento de productos básicos, como la leche o el pan, de gran incidencia en la cesta de la compra. La percepción de que los precios suben demasiado deprisa en comparación con los salarios se ha adueñado del debate público, por más que desde el Gobierno se intenten relativizar --a veces, con razón-- los malos datos. Es cierto que el encarecimiento del petróleo y el de los cereales ha golpeado a otras economías de nuestro entorno, pero aquí seguimos estando 1,2 puntos por encima de la media de la eurozona, lo que resulta desalentador. Es posible que, como señala el Gobierno, los precios empiecen a moderarse en primavera, pero no por eso se despejan otros nubarrones que se ciernen sobre nuestra economía. Y el más peligroso de todos ellos es una posible recesión en EEUU, sin duda de pésimas consecuencias para Europa. De momento, la crisis de las hipotecas de alto riesgo ha zarandeado a la banca norteamericana y no deja de generar tensiones de liquidez. Eso ha terminado por repercutir en la bolsa, aunque todavía ha contaminado poco a la llamada economía real. Ante este panorama, las fuerzas políticas, inmersas en una campaña electoral a brazo partido, tienen la responsabilidad de ofrecer alternativas que mitiguen lo que parece va a ser un aterrizaje brusco, pero sin generar un alarmismo contraproducente.