Según se nos viene informando de manera reiterada en los medios de comunicación la obesidad infantil es algo serio, tanto que se han encendido todas las alarmas de las autoridades sanitarias ante lo que se considera un grave problema de salud pública. Un buen número de programas y de medidas se han puesto en marcha, principalmente destinadas a los escolares, con una aceptación más o menos óptima, sin que se haya actuado aún, o al menos de manera directa, en los hogares, verdadero centro educacional de los niños, cuya docencia --en este y en otros asuntos-- nos compete en exclusividad a los padres. Nuestros hijos suelen imitar nuestras conductas y costumbres de manera sorprendente en los primeros años de vida, hasta el punto de que su futuro depende en gran medida de lo que nosotros les inculquemos y les enseñemos a través del ejemplo o de la corrección. En cuestión de alimentación o de vida saludable sucede lo mismo que con otros valores. Si nosotros comemos de manera equilibrada y practicamos algún tipo de deporte o ejercicio físico, ellos intentarán a toda costa imitarnos, aprendiendo directamente cuantos hábitos perciban a su alrededor.

Según los expertos los efectos que tiene la alimentación infantil para el desarrollo físico e intelectual del niño, son importantísimos, hasta el punto de que una mala alimentación en los primeros años de vida puede hipotecar un estado de salud futuro. Todos los padres hemos caído y caemos con demasiada frecuencia en la tentación de la comodidad, de la rapidez y de la sencillez que nos supone ofrecer a nuestros hijos alimentos de los denominados rápidos o comida basura, pero precisamente esos errores habituales nos han de hacer reflexionar sobre el importante papel que supone predicar con el ejemplo y educar a nuestros hijos, también en la ingesta de alimentos, aunque eso nos suponga ciertos sacrificios personales. De nada sirven las campañas en la escuela si en casa los pequeños observan otros comportamientos radicalmente opuestos.

*Técnico en Desarrollo Rural