Dramaturgo

Yo no esperaba florituras cargadas de cera, claveles, perfumes de noches de abril y quejíos de saetas en la "madrugá". De ella no me esperaba tópicos ni golpes de mantillas españolas porque la conozco bien y sabía perfectamente que su pregón de Semana Santa no iba por esos derroteros. Isabel María Pérez, la pregonera oficial de la Semana Santa pacense, alzó su voz, extendió su índice y nos condujo desde la amargura de sabernos insolidarios y egoístas a la esperanza que sus palabras destilaban, a constatar que es posible la salvación, que aún hay un destello, que nuestra dimensión es la que mide nuestra entrega a los demás. Isabel definió quiénes eran esos demás, esos otros, esos prójimos, y les puso rostro de cristos y vírgenes, heridas y escupitajos, malos tratos y humillaciones. Habló la pregonera de monseñor Romero, de Ellacuría, de las guerras ilegales, de los corazones endurecidos por los intereses materiales y de la suprema condición humana, la que nos hace dioses cuando nos reconocemos en los menos favorecidos. No creo que Badajoz haya escuchado a lo largo de su historia de semanas santas y cuaresmas, un pregón tan claro y rotundo. En la oscuridad el Teatro López de Ayala aquella noche de abril, la voz serena y firme de una mujer conmovió a quienes la escuchábamos. Sé que alguno se removió intranquilo en su butaca, que más de un ánimo, amigo de tópicos e inciensos, se vino abajo abatido por un mensaje tan sencillo como demoledor, el mensaje que hace más de dos mil años arraigó en este mundo desde la boca del hijo de un carpintero y se enfrentó a la mayor potencia de la época. Gracias, Isabel, gracias por tu temple, por tu estilo y por tu lucidez.