La carrera presidencial norteamericana ha suscitado un interés poco común en todo el mundo. Los escépticos, y hay bastantes, dicen que la campaña no es más que un show teatral maratoniano que tiene poco que ver con el auténtico diseño de las ideas políticas. Aunque solo hubiera una pizca de verdad en esa afirmación, en un mundo interdependiente, las afirmaciones de los contrincantes que compiten por la Casa Blanca son más que simple retórica dirigida solo a votantes norteamericanos. Los grandes problemas políticos de hoy no se pueden solucionar sin Estados Unidos, pero tampoco puede resolverlos solo.

XNI SIQUIERAx los problemas domésticos en Estados Unidos son puramente internos. Me refiero en primer lugar a la economía. El problema del gigantesco déficit presupuestario norteamericano se puede contener durante un tiempo engrasando la imprenta que inunda el mundo de billetes verdes, una imprenta que va perdiendo velocidad al igual que pierden valor las garantías bursátiles norteamericanas. Pero un sistema así no puede funcionar eternamente.

Por supuesto que al norteamericano medio poco le preocupan las complejidades de la financiación global. Pero cuando hablo con norteamericanos normales y corrientes --y yo visito Estados Unidos una o dos veces al año-- noto una ansiedad sobre el estado de la economía. Lo curioso, me han llegado a decir, es que la clase media notó pocos beneficios del crecimiento económico cuando los indicadores oficiales apuntaban hacia arriba, pero una vez empezó el descenso, le alcanzó inmediatamente y fue un golpe duro.

Nadie puede ofrecer una solución sencilla para los problemas económicos de Estados Unidos, pero es difícil no ver su conexión con la política exterior norteamericana. En los últimos ocho años, el rápido aumento en gasto militar ha constituido el principal factor en el aumento del déficit en el presupuesto federal. Hoy se gasta más dinero en el Ejército norteamericano que en el punto álgido de la guerra fría. Pero ningún candidato ha dejado claro este tema. El gasto en defensa es un tema que aparece rodeado de una muralla de silencio. Pero esa muralla algún día caerá.

Podemos esperar un debate serio sobre temas de política exterior, que incluya el papel de Estados Unidos en el mundo; su reivindicación del liderazgo mundial, la lucha contra el terrorismo, la no proliferación de armas de destrucción masiva y los problemas causados por la invasión de Irak.

Evidentemen- te, no pretendo escribir el guión de los debates de los candidatos a la presidencia. Pero añadiría dos entradas más a la lista: el volumen del presupuesto de defensa de Estados Unidos y la militarización de sus decisiones en política exterior. Me temo que los moderadores no plantearán preguntas sobre estos dos temas. Pero más tarde o más temprano habrá que hacerles frente. La Administración actual, particularmente durante el primer mandato presidencial de George W. Bush , se empeñó en intentar resolver muchos temas de política exterior esencialmente a través de medios de tipo militar, por amenazas y presión. La gran pregunta que cabe hacerse hoy es si los aspirantes a la presidencia sugerirán un enfoque distinto de los problemas más urgentes del mundo.

Es para mí motivo de profunda alarma la tendencia creciente a militarizar el pensamiento político y la toma de decisiones. Los expertos no paran de asegurarnos que, si es necesaria, existe una manera sencilla de solucionar cualquier problema: el de la vía militar. Pero cuando afirman esto se olvidan del hecho de que la opción militar lleva a un callejón sin salida una vez y otra.

Creo que uno no tiene que irse muy lejos para encontrar una alternativa. Tomemos los recientes acontecimientos en temas de no proliferación, donde la atención se ha centrado en dos países: Corea de Norte e Irán. Tras varios años de rumor de sables, Estados Unidos finalmente se avino a mantener conversaciones serias con los norcoreanos, implicando a Corea del Sur y a otros países vecinos. Y aunque se tardó en conseguir resultados, el desmantelamiento del programa nuclear norcoreano ha empezado. Es cierto que los temas nucleares en Irán revisten unas características únicas y pueden ser más difíciles de solucionar. Pero es claro que las amenazas y las falsas ilusiones de cambios de régimen no son la forma de hacerlo.

Hemos de buscar una solución con más empeño. Una proliferación horizontal solo empeorará si no solucionamos el problema vertical, esto es: la continuada pervivencia de gigantescos arsenales de sofisticado armamento nuclear por parte de las grandes potencias, particularmente Estados Unidos y Rusia. En los últimos meses parece haber habido un adelanto conceptual importante en este tema, con norteamericanos influyentes exigiendo esfuerzos revitalizantes dirigidos a la eliminación final del armamento nuclear. Tanto John McCain como Barack Obama apoyan actualmente esta meta.

Siempre me he mostrado favorable a librar al mundo de las armas de destrucción masiva. Por iniciativa mía, la Unión Soviética y Estados Unidos cerraron tratados para la eliminación de una clase entera de armamento nuclear, los misiles INF (de alcance medio), y para una reducción del 50% de armamento estratégico, que llevó a la destrucción de millares de cabezas nucleares. Pero cuando propusimos un completo desarme nuclear, nuestros interlocutores occidentales pusieron encima de la mesa el tema de la ventaja soviética en el campo de las fuerzas convencionales. Por lo que acordamos negociar recortes importantes en armamento no nuclear, firmando un tratado en Viena sobre este tema. Hoy observo un problema parecido e incluso mayor, pero los papeles se han invertido.

Imaginemos que dentro de 10 o 15 años, el mundo ha abolido el armamento nuclear. ¿Qué quedaría? Ingentes reservas de armas convencionales, incluidas las más recientes, algunas tan devastadoras que se pueden comparar a las armas de destrucción masiva. Y la porción del león de estas reservas quedaría en manos de un único país, Estados Unidos, proporcionándole una ventaja abrumadora. Un estado de cosas así bloquearía el camino hacia el desarme nuclear.

XHOY EEUUx produce casi la mitad del armamento militar mundial y tiene más de 700 bases militares, desde Europa hasta los rincones más remotos del globo. Y esas son solo bases oficialmente reconocidas, y se están planeando más. Es como si la guerra fría se siguiera librando, como si Estados Unidos estuviera rodeado de enemigos contra los que solo puede luchar con tanques, misiles y bombarderos. Desde un punto de vista histórico, solo los imperios seguían un sistema tan expansivo para asegurar su seguridad. Por lo tanto, los candidatos, y el próximo presidente, deberán decidir y manifestar con claridad si Estados Unidos quiere ser un imperio o una democracia, si lo que persigue es la dominación mundial o una cooperación internacional. Deberán elegir, porque se trata de proposiciones disyuntivas: o se opta por una cosa o por la otra. Las dos son mutuamente excluyentes, como el agua y el aceite.

*Expresidente de la URSS ypremio Nobel de la Paz.