Siempre que me matriculé en el Curso de Profecía por Correspondencia saqué muy malas notas. Cuando decidí probar suerte en la Facultad de Ciencias de la Futurología, ni siquiera pasé el examen de ingreso. Sin embargo, a pesar de estos antecedentes académicos tan escasamente recomendables, tengo el barrunto de que el Premio Príncipe de Asturias del Deporte se lo va a llevar este año la Selección Española de Fútbol. No quiero denominarlo intuición, ni pálpito, ni siquiera presentimiento, pero en esta ocasión me sucede como a aquél avispado camarero al que un cliente le pidió una caña de cerveza, y el camarero le inquirió si era bombero. El bombero, sorprendido, quiso indagar la etiología de aquella adivinación y el camarero respondió: "No sé, el casco, el uniforme, el camión cisterna en la puerta, con las luces de emergencia encendidas".

Pues eso, que a mí me parece que se tienen que poner las cosas muy negras para que el premio se lo lleve el atleta de color, y que nadie va a protestar porque la decisión haya sido precipitada, como sucedió con Alonso , galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de la Impaciencia, y no digo que no reuniera méritos, pero hay que ser prudentes y no madrugar en exceso. O el Premio se lo llevan este año o habrá que esperar a que el Príncipe de Asturias cree el Premio a la Desgracia, y se lo concedan el año en que la Selección Española de Fútbol no llegue ni a octavos de final. Lo siento por Gebreselassie y otras motorizadas candidaturas, y lo siento por mí, ya que, de no acertar, tendré que renunciar de por vida a ganarme la nómina como ayudante de adivino, monaguillo de iluminado o, incluso, segundo auxiliar de agorero.