Algunos galardones Príncipe de Asturias son como descubrir el Mediterráneo. El miércoles, cuando el jurado concedió el galardón de Comunicación a las revistas Nature y Science, tuve la impresión de que, un año más, estos premios tienen más tendencia a servirse de la reputación del premiado que a prestigiarlo. Nature y Science son dos revistas con más de un siglo de existencia. Son tan reconocidas que los periodistas nos referimos a ellas con el tópico de ±según publica la prestigiosa revista...O. Premiarlas a estas alturas ¿no es como descubrir el Mediterráneo? No es la primera vez. Otros han premiado a la Unicef, la Fundación Bill Gates, Gorbachov, Camino de Santiago o la Real Academia.

Este año han premiado a Bob Dylan . ¿Qué riesgo tiene hacerlo ahora, cuando el de Minnesota se ha convertido en un entrañable icono que ya no asusta a bienpensantes? ¿Se atreverían concederle el de la Concordia a Jon Sobrino ?

Otras veces, los premios no han buscado lo consagrado, sino lo mediático. Fernando Alonso lo recibió porque estaba en la cresta de la moda. Y J. K. Rowling , creadora de Harry Potter, también lo tiene, pero en la categoría Concordia y no en la de Letras, como habría correspondido: como no se hubiesen atrevido por si bestseller no fuese sinónimo de calidad. Quizá los jurados consideren que el premio necesita algunos años más de nombres prestigiosos y rostros mediáticos para hacerse un hueco a la sombra de los Nobel. Pero esto es ir a lo fácil. Unos premios, si no descubren, no estimulan. Si no marcan nuevas tendencias, aburren. Si no prestigian, no marcan un antes y un después en la vida de los premiados. Pueden ser un galardón más. Solemne, pero oportunista. Para dar premios políticamente correctos quizá más coherente que llevasen el nombre del Rey. Los premios llevan el nombre del heredero, y deberían ser más atrevidos.