Junio o la cuenta atrás para el verano. Reconozco sentirme influido ya, que no maniatado, por este calor que empieza a recordarme a las tardes de agosto con las piscinas llenas y las calles vacías. Y como si de un ritual se tratara, hemos vuelto a guardar los abrigos y las botas en bolsas y cajas para que mueran unos cuantos meses en el trastero hasta que el frío regrese a nuestras vidas.

Cómo es todo de cíclico, que hasta parece que fue ayer cuando dábamos la bienvenida al año nuevo y ya estamos a punto de cruzar su ecuador. Hagan juego y piensen en las cosas que han cambiado, sin que usted haya hecho un esfuerzo, casi en silencio, como si el invierno que queda lejos fuese un fantasma.

A lo mejor ya le pase factura el curso después de un buen puñado de meses de trabajo, pero apenas quedan unos días para que los colegios celebren el fin de la campaña y compruebe que sus hijos han crecido más de lo que imaginó desde el último verano. Hacemos preparativos para la época que viene.

Nos desprendemos del lastre que provoca la falta de luz, dejamos atrás los cielos cerrados y nos escapamos a mares abiertos. Hay algo que se transforma en silencio y que no es otra cosa que nuestras vidas. Eso que tocamos cada mañana y apenas valoramos.

Ahora que oscurece cuando ya es tarde, tenemos más tiempo para vivir. Déjense llevar, por tanto, del momento que se acerca y que no es otro que la buena costumbre estival para estirar los días, del descanso que vendrá y de las noches inolvidables que pasarán. Hay algo nuevo que está llegando: el cambio de piel que provoca la estación que estrenamos. Bienvenido, verano; bienvenida, vida.