Algunos se preguntan para qué sirve un rey. Yo diría que para bastantes asuntos, entre ellos el de hacer gestos imposibles. Es lo que ha ocurrido durante los actos celebrados en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca con motivo del 30 aniversario de la Magna Charta Universitatum. Ante la presencia de 250 rectores, el rey ha defendido en su discurso una universidad con «capacidad crítica y libertad académica». El eslogan es tan difícil de creer que Felipe VI, pese a su buena voluntad, a la hora de hablar de los valores ha tenido que emplear tiempos verbales de futuro.

Hablar de la universidad hoy día en términos elogiosos, incluso de cara al futuro, no es fácil después de que los políticos se hayan encargado por enésima vez de demostrar que hay dos varas para medir el talento y el esfuerzo intelectual de los españoles, y la que mide la suya es mucho más benévola, cuando no delictiva.

Los casos de Carmen Montón, Cristina Cifuentes, Pablo Casado y Pedro Sánchez le han hecho un flaco favor a la universidad, hasta el punto de deteriorar seriamente su prestigio. La política, ay, todo lo emponzoña.

Tengo un amigo que lleva cuatro años preparando una tesis, y como persona rigurosa que es sufre esa variación de mal de Bartleby de Melville que impide a ciertos escritores entregar su obra a la imprenta hasta que esté perfecta (como si la perfección existiera..).

Me consta que ejemplos como el de mi amigo, que trabajan sus tesis, másteres y doctorados hasta la saciedad, son muchos más que los de quienes los aprueban solo por intereses políticos o de otro tipo. Pero paradójicamente no es la luz de los primeros lo que brilla ante la opinión pública, sino la mezquindad de los segundos.

La imagen de los títulos universitarios ha caído tan bajo como la de los políticos que nos desgobiernan. Intuyo que van a necesitar mucho más que un rey voluntarioso para levantar el vuelo.