Una de las fotos obligadas del próximo martes será la de los pasajeros que pasen el control de equipajes en los aeropuertos europeos. Los pasajeros y esas bolsas cuadradas de 20 centímetros que les van a acompañar desde mañana en cualquier vuelo que despegue del continente. El reglamento 1546/2006 de la UE sobre seguridad es un paso más en la sensación que cada vez invade con mayor desasosiego al ciudadano. Consciente de la necesidad de extremar las medidas que impidan atentados, al viajero no le quedará más remedio que pasar por el aro detector cualquier sustancia susceptible de ser peligrosa. La mayoría, sin embargo, somos incapaces de valorar cómo un humilde botellín de agua puede devenir un arma destructiva. Va a costar acostumbrarse a la obligación de beberse el líquido incoloro antes de pasar por el control. Es así como las medidas implantadas --las bolsas transparentes, los envases minúsculos, el rigor en todo aquello que huela a sospechoso-- pasarán inevitablemente por un periodo de adaptación que, con toda probabilidad, generará una casuística entre curiosa y desagradable para muchos, por los previsibles descuidos o la lentitud en el acceso a la zona de embarque. Problemas que se sumarán a los clásicos que, por desgracia, ya padecemos los usuarios con demasiada asiduidad. Tendrá que verse cómo afecta la medida a los comercios aeroportuarios, con qué dosis de paciencia tendrá que armarse el sufrido viajero. No solo perdemos comodidad, sino algunos mililitros de normalidad y de libertad.