Por primera vez en mucho tiempo la Extremadura que se levanta antes del amanecer es la protagonista de su propia historia. En los últimos meses, estudiantes y mayores han salido a la calle, poniendo el foco de atención en distintos problemas pero compartiendo un mismo mensaje de fondo: esperar ya no es una opción.

Hace unas semanas la plataforma Milana Bonita y la Coordinadora Estudiantil de Badajoz organizaron una convocatoria en defensa de unas infraestructuras ferroviarias dignas para Extremadura a la que acudieron cientos de personas.

Apenas unos días más tarde, fueron nuestros mayores quienes nos recordaron que en Extremadura el Estado Social es una pensionista protegiendo a su familia en un pequeño pueblo sin escuela, farmacia ni oficina bancaria. Sin embargo, haciendo pedazos el guión establecido, y para sorpresa de quienes les consideraban su inquebrantable base electoral, ni callan ni se resignan. Salieron a la calle y volverán a hacerlo el próximo sábado 17 de marzo, espoleados por la invitación del Gobierno a agradecerles la «generosidad» de la subida de su pensión en dos euros y quince céntimos.

Y faltaban ellas, las mujeres. Las grandes olvidadas. El movimiento que están protagonizando ha removido más cimientos de lo que jamás podía imaginarse días atrás. Y no tanto por la masiva afluencia de gente sino por el contenido impugnatorio de unas reivindicaciones del todo inasumibles para los defensores de la desigualdad. Por otro lado, la imagen de miles de extremeñas, muchas de ellas muy jóvenes, desbordando calles y plazas sin necesidad de patrocinadores ni padrinos dejó en evidencia la soledad de lo viejo.

Desdibujadas en un rincón, las representantes del pasado forzaban esa mañana una sonrisa imposible, junto a una treintena de fieles, bien conscientes de su derrota. Su incapacidad para contener la protesta puso al desnudo la debilidad de su hoja de ruta, basada en la fiscalización de los empleados públicos y su fijación por las dos horas de paro frente a las veinticuatro de las convocantes.

La juventud sin futuro, las ganaderas arruinadas con la excusa de la tuberculosis, pensionistas, mujeres en huelga... falta que se encuentren. Citas no faltan en el calendario, basta con sentirnos.

Sentir que la defensa de las pensiones no es una lucha de los pensionistas que ya la cobran sino fundamentalmente de los jóvenes precarios o desempleados de hoy porque para cuando les asome el gris al pelo no van a poder cobrarla. Asumir que la defensa del tren no es una reivindicación de los usuarios del transporte ferroviario sino una necesidad de un millón de extremeños y extremeñas aislados entre sí y aisladas del resto del país, o convencernos de que la ruina de nuestros ganaderos supone el definitivo cierre por derribo de nuestros pueblos.

Una última conclusión que se puede extraer de las recientes movilizaciones es que, pese a quienes se empeñan en recetarle otro siglo más de sol y rabia, Extremadura ha recuperado su autoestima. Y lo ha hecho sola.

De este hecho se prevé un escenario en el que lo viejo tendrá que reciclarse si quiere fijar suelo por una razón evidente, porque la iniciativa la ha tomado la gente frente a quienes la temen y desprecian a partes iguales y frente a quienes se consideraban sus legítimos tutores.

En el centro de la vida política, la agenda social. La regeneración del espacio público, la lucha contra el enchufismo y la desigualdad y, en definitiva, la aspiración de una Extremadura digna. Son reivindicaciones que no aceptan más dilación.

El momento es ahora.