Cantautor

A la hora de escribir este artículo no puedo quitarme de la cabeza la bonita canción de Jarabe de Palo. Primavera que no llega, primavera que no llega, primavera que no llega...

De cualquier forma, y no sólo por la canción, en estas fechas invernales solemos añorarla, desear que venga. La verdad es que casi nunca estamos conforme con el tiempo que hace. Solemos echarle la culpa de todos nuestros males. Mejor que echárselas al vecino.

La primavera me parece la explosión del color, de los olores. Pero sobre todo es la explosión de la luz. No la luz que cae a plomo y ciega del verano. Es la luz de Zurbarán, de Juan de Yepes. Es la luz de los amaneceres, la luz que vence al tiempo.

No sé por qué nos fascina tanto esa luz, por qué decimos que hay gentes, o paisajes o momentos especiales que despiden luz, que nos hacen vibrar con ella. Parecen momentos blancos, como jara o nieve. Como niños vestidos de primera comunión.

A lo mejor desprendemos luz mientras combustionamos, a lo mejor buscamos sin saberlo esa iluminación de la que hablan los místicos de todas las épocas, de todas las religiones. Esa experiencia directa de la Divinidad sin necesidad de credos ni de intermediarios. Para que la guerra nos resulte impensable. Para que consideremos que asfaltar el mar es el colmo de la barbarie. Para que tener hijos que sean igualitos que papá, sus clónicos calcados, nos resulte el colmo de la idiotez y la ignorancia. Para que el hambre en el mundo nos parezca una ignominia... No sé, para no estar a años luz de que no nos quepan en la cabeza todo esa interminable lista de tontería humana, no estaría mal que quisiéramos la luz de una nueva primavera.