Ha sido necesario que varios millones de personas se manifestaran en España y que la UE recuperara una frágil unidad, acercándose al plan franco-alemán, para que Aznar aceptara celebrar el primer debate digno de ese nombre sobre el conflicto de Irak. Por fin una discusión seria en el Congreso retransmitida por la televisión pública, que hasta ahora se había hurtado a la ciudadanía española inútilmente.

La presión de la calle obligó ayer a Aznar a recomponer en el Parlamento su postura de apoyo a la guerra. Una variación que planteó con habilidad, al presentar como resolución la declaración de la UE que coloca la intervención militar como último recurso. Sin embargo, sólo consiguió mitigar --con la ayuda de CiU, que la votó-- el aislamiento que le ha acarreado su belicismo, pues todos los grupos, salvo el PP, pidieron más tiempo y más medios para que los inspectores logren el desarme pacífico de Irak.

Esa polarización quedó patente cuando Zapatero supeditó el consenso total que pidió Aznar a que éste concrete qué defenderá en la ONU. Al hacerlo así, el líder del PSOE trasladó a la Cámara la exigencia del pueblo español de que su Gobierno sea transparente y le tenga en cuenta.