Recordando otra promesa electoral, la Casa Blanca anunció que el presidente Barack Obama levantará por completo las restricciones para que los cubano-americanos puedan viajar a Cuba y enviar dinero a sus parientes. Una decisión así socava, aunque sea solo parcialmente, los cimientos del régimen, una de cuyas señas de identidad es que se ha ido construyendo en el aislamiento y la represión, pilares de una inicua dictadura sobre las necesidades. Pero, ante todo, constituye un movimiento de carácter más humanitario que político que pretende alentar el afán reformista que se atribuye a Raúl Castro, además de influir sobre una eventual transición política y anticiparse a las demandas de la cumbre de las Américas que se celebra el próximo fin de semana en Trinidad y Tobago, donde la mayoría de los países, restablecidas las relaciones con La Habana, abogarán por el retorno de una de las últimas dictaduras comunistas a la familia latinoamericana.

La medida ha suscitado reacciones previsibles: división de opiniones entre los cubanos en EEUU (muchos de los cuales abogan por la política de ´al enemigo, ni agua´) y el desplante de Fidel Castro, especialista del monólogo y del orgullo como estratagema. Pero, una vez amortizadas, el retorno a la situación existente hace 15 años representa un hecho histórico, puesto que constituye el primer paso en la rectificación de una política fracasada que inició Kennedy en 1962, tras el fiasco de la invasión de Bahía Cochinos, y en la que han reincidido todos los presidentes. Las medidas de Obama no afectan por ahora al embargo económico, ni aliviarán de inmediato la penuria crónica o la falta de libertad. Sin embargo, ponen de relieve la voluntad de enterrar un anacronismo contraproducente que fue utilizado por los altavoces del castrismo para justificar lo injustificable y para blindar los supuestos logros de la revolución frente a la hostilidad del vecino poderoso.

Los embargos no derriban dictaduras, como demuestran los casos de Cuba y Corea del Norte, supervivientes del cerco norteamericano, pero la apertura, el turismo y el comercio pueden resquebrajarlas. Al levantar las restricciones para que las compañías de telecomunicaciones operen en Cuba, Obama apuesta por la información y los intercambios como instrumentos para sanear las arterias escleróticas del castrismo. En EEUU existe un amplio consenso para respaldar un más ambicioso programa de comunicación y para que Cuba deje de ser un fiasco hiriente y una excepción deplorable. Y al anunciar los cambios en vísperas de reunirse con sus homólogos de América Latina, Obama expresa su voluntad constructiva de abordar colectivamente el problema de la evolución de Cuba hacia la libertad.